Me ha sido difícil saber por donde comenzar este texto. Hace 3 meses meses, mi familia y yo enfrentamos al famoso virus en versión delta… y fue duro, sin lugar a dudas.
Conforme avanzaron las semanas, conforme se endurecieron las cosas, conforme ocurrieron los hechos me vi en necesidad de retraerme y atender únicamente aquello con lo que me fue posible maniobrar. Esa es la historia de esta noche, una historia larga, porque involucra muchas pequeñas historias que forman una misma situación con la que hice frente a la adversidad que acabamos de vivir.
No sé si dividiré este texto en partes (spoiler: no lo hice, por eso esta en este blog) porque son distintas cosas y porque sé que para muchos los textos largos son abrumadores, pero una cosa sí quiero decir: lo escribo porque escribir es un talento que sí poseo, con el que realmente sé comunicarme y porque creo, en verdad, que puedo transmitir algo que puede serte útil; de tal modo que espero que, ya sea en partes o de jalón, puedas leer y algo de todo esto que he vivido se quede contigo y ayude en tu propio camino.
En principio, quiero agradecer, me es preciso agradecer. Fuimos muuuuuuuy afortunados de encontrar las cosas del modo en que lo hicimos y constantemente le recuerdo a papá que, para todo lo que ocurrió con él, es un auténtico milagro todo lo que ocurrió y como ocurrió. Me da mucha alegría poder comunicar que libró la enfermedad, que ha llevado las semanas de recuperación de una manera muy buena (y aún será difícil, porque la enfermedad es durísima y deja secuelas bien complejas, de entender y de vivir) y que aunque aún existen cosas por hacer (recuperar condición, subir defensas, retomar la vida “normal”) el simple hecho de que haya librado todo esto y siga con vida ya es, en sí mismo un regalo.
Sé perfectamente lo dura que ha sido esta enfermedad, todos los sabemos, no solo por el aislamiento en que nos hemos visto orillados a vivir, también porque vi sus luchas de muchos de ustedes, vi las pérdidas ocurriendo a ambos lados de mi casa, con vecinos, con amigos, con familiares… con gente, toda, muy querida y común a nuestra existencia previa a esta enfermedad y que, en ausencia de una cura, perdimos en un momento en que este padecimiento nos era nuevo, desconocido y que ni siquiera tuvieron oportunidad de defenderse de ella con la protección mínima de la que gozamos muchos ahora, gracias a las vacunas.
Durante las semanas que duró la pesadilla y más en aquellos días de guardia en el hospital, siempre mantuve en mi corazón el pensamiento y el recuerdo de sus luchas, de sus pérdidas, de su dolor y sus intentos. Recordé al padre de mi amigo Aldo, médico, que cachó la enfermedad luchando contra ella… y terminó falleciendo; recordé al papá de Fernanda, que hace apenas unos meses contrajo este mal y que ellos hicieron todo lo posible por ayudarlo… que casi la había librado cuando las secuelas de esta enfermedad tan difícil terminaron por vencerlo, con lo mucho que él amaba la vida al lado de sus hijos. Recordé a mi amiga Danny, que contrajo ella misma la enfermedad junto con su padre y su madre; que la resistió con fuerza y valentía, que sobrevivió una vez más a la adversidad y que aún saliendo de su enfermedad tuvo la fuerza y corazón para ayudarme cuando más lo necesité, porque no sabía que hacer y necesitaba a alguien que me sostuviera para no caer y poder pensar en qué iba a hacer.
Recordé a amigos, vecinos, familiares, conocidos… mucha gente que enfrentó esta enfermedad; de ellos algunos sobrevivieron, otros no lo lograron y cada uno enfrentó y habla de esto de manera distinta pues lo vivió y le pegó de forma diferente en su entorno. Agradecí y aún agradezco toda la ayuda que me brindaron en un momento en que realmente lo necesité nuevamente; gracias por hacerme sentir querido y correspondido del amor y la amistad que tengo con ustedes. Personas como Ericka González Rueda, como mi Rebeca Perdomo, como mis adoradas Nelly Valladares, Fernanda Vizuet o la propia Danny Ruedas; cada una brindándome invaluable ayuda y un apoyo que, por muy mínimo que les parezca, para mí fue un rescate, un auténtico milagro, un oasis en el medio de un desierto de angustia y desconcierto. Por eso les decía, debo comenzar por agradecer, porque fue gracias al apoyo de muchos que encontré y tuve la fuerza para enfrentar días duros, porque sé y no menosprecio el mérito de todo cuanto pude hacer, por amor; pero nada habría sido posible sin esos muchos apoyos… porque desde que salieron positivos Julio y mi papá yo ya sabía que me iba a a faltar fuerza… porque vengo de una guerra larga, de un cansancio y de una experiencia difícil que aún intento resolver y conciliar, pues quedé en el pasado muy agotado en el asunto de enfrentar crisis hospitalarias. No estaba listo, como nadie lo está, para enfrentar algo como esto y menos cuando papá empezó a agravarse y hubo que internarle. La sola idea de tener que sacar fuerza y procesar pensamientos e información vital para afrontar una situación de emergencia trajo a flote y de vuelta un dolor que, por su tamaño, no había podido terminar de resolver en su momento.
Con todo esto, llegamos al mes de octubre, que se cumplieron 5 años de que perdí a mi madre.
Hace 5 años, sin saberlo, tuve que organizarme mentalmente para soportar guardias enormes y desgastantes. Viví el último mes de vida de mamá a su lado en el hospital… y siempre estaré agradecido de que aquellos dos cirujanos que la operaron salvaron su vida y me permitieron vivirla un mes más, porque quien ha perdido un ser querido sabe lo mucho que significa un minuto más de vida de aquellos que ama… y yo tuve un mes más. De ese mes, ese mágico último mes, también sobrevive una herida: la del esfuerzo que implicó tener cabeza y corazón para poder equilibrar acciones racionales encaminadas a mejorar el estado de mi mami en aquel momento. Tenía que estar pendiente de cada detalle, anotar constantemente, informar a una legión de familiares, dormir poco y mal, sonreír y ser los ojos de mi madre, vivir el dolor y el amor de toda la experiencia, esperando lo mejor, pese a que todo se veía tan dolorosamente difícil. Esos embates, para la cabeza y el corazón, son enormes. No es algo que pienses en ese momento, pero es algo que supe después y sé ahora. Para cuando terminó todo, yo había soportado tanto (para terminar perdiéndole) que, dentro de todos los procesos que traté de hacer para gestionar la pérdida hubo partes enormes que, simple y sencillamente, no pude procesar… y las aislé de mí mismo, en espera de encontrar las herramientas o el tiempo para
Poder hacerlo.
Así llegamos a la situación presente, en que mi padre entró ingresado a hospitalización por covid y tuve que replantearme, inmediatamente, cómo procesaría la situación. Así, de golpe, tuve que enfrentar el recuerdo de esa parte específica del dolor que dejé sin procesar… y un agotamiento mental enorme me empezó a invadir.
La sola idea de lidiar con el dolor de cuidar la hospitalización de un ser querido, me agotó emocionalmente. Fue así como me di cuenta de que no lo resolví, de que no tenía ganas ni manera de hacerlo, sin ayuda. Fue cuando empecé a pedir ayudar y a sostenerme de los brazos que encontré cercanos. Yo sabía perfectamente que debía ayudar a papá y, si bien, hacía lo operativamente necesario; cuando todo se fue agravando tuve la fortuna de encontrar esos brazos y abrazos emocionales que necesitaba, porque necesitaba fuerza y no la tenía… así que esta vez la busqué… y la encontré en ustedes.
Por eso es tan relevante agradecer, porque gracias a ustedes, a cada uno de sus esfuerzos y apoyos pacientes, pude enfrentar y defender con fuerza a mi padre. Gracias a su apoyo y a toda esa energía de la que me llenaron, tuvimos la fortuna de ser una historia distinta y de evitar la tragedia. Agradecimientos muy grandes a personas como mi amigo Lenin Vladimir, que supieron abrazar mi urgencia con paciencia y explicaciones específicas, consciente de que ejercía cierta presión por la misma desesperación y que es, en verdad, un ser humano extraordinario y amable. Gracias, amigo por ser un Apoyo invaluable cuando más lo necesite. No dejaré nunca de agradecerlo.
En su momento les dije (y lo sostengo): no estoy listo para perder a mi padre. Es real, no lo estoy. La sola idea de perder a un hombre que me ha defendido de todo lo que ha podido, que nunca me ha abandonado (ni siquiera cuando pasó 22 años lejos de mí en Estados Unidos) y que, con todo lo que es, es mi padre y lo amo, era una idea que no podía concebir, simplemente no podía. Fue gracias al despertar de cada gesto de ayuda, de cada conversación, de cada peso de quienes me ayudaron económicamente, de cada objeto de todos los que he necesitado en esta crisis (concentrador de oxígeno, tanque de oxígeno, oxímetro de alta calidad, agua destilada) que yo encontré la fuerza y los mensajes para poder resolver lo que hacía falta en el día a día para enfrentar las situaciones.
Una vez agradeciendo, pasamos a otra parte importante de la historia… los hechos.
La hospitalización por COVID es un shock mental para paciente y familiares, porque implica un aislamiento del que desconoces, realmente, si podrán volver a verse. Desde que papá ingresó al hospital las horas se hicieron difíciles, la información poca, la espera larga y los recursos escasos. Mentalmente debes mantenerte lo más estable posible, evitar intervenciones excesivas, porque tú eres como la pila de tu celular… si te distraes pensando de más, gastas energía que vas a necesitar cuando tengas que hacer un esfuerzo enfocado… y si no la tienes, te someterás a una presión de estrés aún más dolorosa de la que ya llevas. Es primordial que sepas esto, que en tus batallas debes administrar tu energía y tus recursos, porque es decisivo para continuar las luchas el tiempo que sea necesario.
Tal vez esto explique mejor mi necesidad enorme de distancia. En un momento crítico no estás para contestar llamadas o responder mensajes, para almacenar buenas intenciones ni opiniones ajenas, por muy buenas que estas sean. En esta necesidad de enfocar, hice todo lo posible por mantenerme estable, por lo que mi actividad distractora con el celular cesó, ya que encontré un problema adicional a los que ya tenía: mi cable del teléfono no conectaba bien con mi power bank y, además, mi power bank puede proveer una buena carga de mi teléfono, por lo que sí me terminaba la pila (cosa que pasaba diariamente con el uso apenas necesario para gestionar las situaciones) mi oportunidad de obtener energía sería muy difícil, lo cual me hizo tener que comunicarme lo absolutamente necesario, cuidando la carga de batería. (Creo que esto sirvió para construir mi analogía con la batería celular, antes dicha)
Ahora, volviendo al shock que representa la hospitalización…
Papá vivió su propio “infiernito” al interior del hospital. En el primer hospital recibió una atención excelente, pero luego vino su traslado.
En estas primeras 24 horas en el primer hospital, yo esperé afuera junto con Julio, pero al final mandé a Julio a casa porque los informes tardaban demasiado, así que yo estaba ahí, desesperado por saber algo y agotado, física y mentalmente.
Esa noche, en ese lugar (sala de urgencias de un hospital no COVID, formalmente) llegaron muchas otras urgencias a la sala de espera. Yo tenía que hacer lo posible por aguantar el frío, el cansancio, el hambre. Teníamos poco dinero y había que estar pendientes de que se necesitase. De entre las urgencias, el dolor… el dolor es la señal que más se queda grabada.
Una señora llegó con un dolor abdominal muy severo. No podía ni tenerse en pie pero tampoco podía recostarse en ningún sitio. Yacía sosteniéndose de un conjunto de bancas en una esquina, quejándose del dolor encorvada con su mano libre tocando su vientre. Dolía solo de verla.
Una joven llegó poco más tarde, embarazada… se había caído… y su dolor era muuuuuy intenso. La recostaron, se quejaba a gritos, estaba sangrando. No la llamaban y pasaban los minutos, infernales… y ella recostada, doliente…
Se te rompía el corazón solo de verlo. Podías sentir la desesperación, la angustia por su bebé, por la vida en su interior; todo eso mientras tú traes tu propio dolor encima… y todos necesitando fuerza para lo que sea que va a pasar estando ahí, en urgencias.
Y cuando pensaba en que estaba desesperado, hambriento, cansado… mientras veía el dolor, el verdadero dolor de quien estaba ahí buscando ayuda, sacaba el valor para seguir esperando que me informasen de papá. Tenía que esperar. Hay urgencias, REALMENTE URGENCIAS. Toca esperar y desear que todos los que necesitan tanto de la ayuda la reciban y se salven.
Era… la primera noche.
Al siguiente día vino el traslado de papá. Una vez me avisaron que estaba estable y pude ir a dormir a casa, regrese temprano al día siguiente para la gestión de su traslado. Fue así cómo llegamos al hospital Vicente Villada de Cuautitlán. Para el traslado me llevaron junto con el paciente en otro vehículo, así que me vistieron como de pies a cabeza lo más aislado posible y ese día papá y yo nos vimos unos momentos mientras lo ponían en la ambulancia.
Cuautitlán fue un plus al shock del día anterior. Si yo pensaba que ya era difícil la espera en aquel hospitalito, Cuautitlán realmente me puso la prueba más difícil. Todo ocurre a pie de calle. Informes, espera, llegada de enfermos. Ese día llegamos a Cuautitlán y había 5 ambulancias más ya ahí, por lo que tuvieron que alinearse, bajar a papá y gestionar lo más ágilmente la entrada para poder despejar esa área lo más pronto. Todo era caótico. Al entrar, doctores van y vienen, pacientes en una sala pequeñita son acumulados en espera del ingreso a las zonas COVID, ya aisladas completamente de los familiares. Me fueron pedidos datos, medicamentos, documentos y registro en el nuevo hospital. Tuve que salir y buscar todo lo que le pidieron para completar su registro. Un rato después, cuando lo completé, tuve que quedarme afuera por si me pedían algo más. Fue cuando descubrí la dinámica de que los familiares de todos están afuera, en la intemperie, esperando por su gente. Así averigüé que debía preguntar en trabajo social hospitalario que más podía traer a mi paciente… una vez hecho eso me liberaron para volver al siguiente día a informes. Era el segundo Día.
La madrugada del día 3 fue en fin de semana y fui despertado abruptamente por la llamada telefónica de extorsión que comenté en su momento a todos aquí.
Un individuo marcó antes de la 7 de la mañana, argumentaba ser personal del hospital y asegurarme que la vida de mi papá corría peligro ahí. Decía que necesitaba darme unos “números” que mi papá le había entregado (el decía que eran “de cuentas”). En la confusión que implicaba para mí tener a papá internado, la llamada tuvo mayor efecto en mí porque dormía poco y preocupado, dejé el número de casa como referencia en caso de urgencia y la llamada (antes de las 7 de la mañana, con papá Internado, durmiendo mal y consciente de que sí el teléfono suena sólo puede ser por una emergencia) me dio el peor susto de toda mi vida, con el corazón saliéndose de mi pecho y abrumado por contestar y que me fueran a decir. Era vulnerable.
Esta persona intentó hacerme ir a una ubicación para “hablar y darme los números ‘de cuenta’”. De esa llamada me hicieron darme cuenta de que era una extorsión, que no fuera a esa cita, lo que dejó abierta la preocupación sobre la realidad del hospital y sobre qué debía hacer ahora, ¿dejarlo, sacarlo?
De esa cuestión, hoy conocemos la respuesta.
El día que mi padre ingresó a ese hospital, cómo nunca en su vida fue internado por ninguna causa, todo el ambiente (y más en estas circunstancias) le era más hostil. La noche de su segundo día, un paciente al lado suyo pidió su alta voluntaria y se la dieron. Mi padre, preocupado por que no habíamos podido hablar desde que quedó internado, quería asegurarse de que me dieron sus cosas personales y quería darme sus números de clave de sus aparatos para poder controlarlos en su ausencia, así que pido de favor al señor este que me avisase de esos números y le dio el número de casa y de su celular, pues no se sabe mi número de memoria.
Yo estaba convencido que había sido un compañero suyo de su trabajo, pues era la única persona ajena a cercanos y a ustedes, que les escribía de ello, que sabían lo que pasaba. Resultó que no, que papá quiso creer en una persona y esa persona, desafortunadamente, decidió lucrar con la situación a beneficio propio. Razón de que se los cuente, porque la miseria humana aparece en las peores circunstancias y es importante que sepamos actuar ante las circunstancias y adversidades, por todo lo que puede aparecer y ocurrir.
Ese día acudí al hospital a los segundos informes de esa semana que estuvo internado ahí. La doctora era amable y dulce, me explico sus signos generales, un panorama general de su estabilidad relativa y me pidió medicamento. Ese día empecé a socializar con la gente. Todos estábamos ahí por el mismo motivo, expuestos a la misma gravedad. Si quería asegurarme de que dentro mi padre estaba bien tenía que averiguar con los demás.
Ese fue el tercer día.
Papá fue conservando estabilidad, aunque no fue fácil. Durante 7 días que estuvo en Cuautitlán, él estaba dentro, yo afuera, pues necesitaba llegar muy temprano para recibir informes y para poder sacar una videollamada con él y hablar unos minutos. Entre eso e ir todos los dos por cosas que necesitase (cobija, jabones, pañales de adulto, agua, algo que leer y una carta que le escribí todos los días que estuvo internado, para que supiera que estaba ahí con él) el tiempo se iba, así que básicamente me la pasé sorteando esto con él en otro campo de batalla.
Este punto de “la estabilidad” es para explicar que esa estabilidad fue toda una lucha contra la enfermedad.
Entre la primer radiografía que el tomaron cuando ingresó al hospital y la siguiente que vi, el avance de la enfermedad había sido enorme. En apenas 4 días, dos pulmones sin neumonía se llenaron de ella.
En esa semana me tocó aprender sobre COVID, sobre neumonías, sobre oxígeno, con el restores de oxígeno y sobre terapias.
La neumonía ya era una enfermedad muuuuy grave antes del COVID. La neumonía, desconocía yo, es causada por distintos patógenos (vírales u otros) y no la desencadena el simple hecho de pasar por demasiado frío. Es la condición de frío excesivo lo que baja las defensas y permite que agentes nocivos como estos puedan manifestarse. La enfermedad inflama los alveolos pulmonares, llenando de agua o moco esos espacios, en un intento de reacción por contener la infección, impidiendo la correcta asimilación de oxígeno en el proceso, como un colateral de guerra.
El COVID, aprendí de esto, es un ejercito que ataca en distintas etapas con distintos equipos de guerra. Su primer ejército distrae y debilita. Si triunfó ataca en una segunda fase con la neumonía… el ataque más letal. Una enfermedad que se sirve de otra, como parte de su propio ataque, para apoderarse del control de su huésped. Hay aún una tercera etapa, pero más que hablar de COVID, esto es hablar de cuanto hemos tenido que aprender de COVID en tan poco tiempo. Las vidas que ha costado y la insensibilidad de muchos para entender lo que está pasando o la importancia de una vacuna.
Yo buscaba información porque necesitaba saber qué ocurría, porque solo yo vi las dos imágenes de radiografía y es impresionante cómo una persona puede deteriorarse en cuestión de horas si no haces nada por ayudarle.
En todos los momentos de su COVID fue siempre estar bajo el miedo e incertidumbre de sí estaba tomando o no la decisión correcta. Estamos dos de tres en desempleo, papá es la persona con mayores riesgos ante un COVID y el que estaba laborando. No hay dinero que alcance si quieres un hospital privado, ni garantía. Recibimos recursos para afrontar eso, pero debían usarse con criterio. Toda decisión era un compromiso enorme. Una serie de preguntas constantes.
¿Esto que les recetaron, no está mal? (Spoiler: sí estaba mal, pero ni modo) ¿Debo llevarlo al hospital? ¿Debo realmente dejarlo ahí? ¿Qué estará pasando que no informan? ¿A quién pido consejo, ayuda? ¿Y si le pasa algo y fallece? ¿Que va a ser de mí?
Desde que Julio enfermó, tuve que decidir. Buscar soluciones lo más inmediatas posible. No quería lidiar con ello, pero tenía que hacerlo. Vi a Julio mejorar, a papá empeorar. Tuve que ser cauto y preciso. Qué hacer de comer, qué desinfectar, que hacer cuando se rompió el termómetro de mercurio con papá agravándose y con dos gatas. Gestionar gestionar gestionar, así, sin comas.
En todo momento había que decidir y una de esas decisiones fue si quería sentir más angustia e incertidumbre o si quería tener información con la cual entender lo que pasaba. Otra era, “estar preocupado todo el tiempo” o “intenta descansar y relajar la mente un rato, para poder pensar con claridad”. Decidir una y otra vez, momento a momento.
A todas esa preguntas suma un teléfono que solo puede sonar por una mala noticia, un susto de muerte, una duda constante sobre su realidad al interior del hospital.
Deseo que este texto ayude a que entiendan porque no podía responder preguntas cómo “¿cómo va tu papá?”. Podría decir un “bien, Gracias”, pero ni yo lo sabía; había mucho con que lidiar.
Las filas de espera de informes me eran agotadoras. Estar parado más de 5 horas es, simplemente, mortal. En la fila tenía que lidiar con el frío, el calor, las ganas de ir al baño, el hambre, la lluvia y, la parte mas difícil: la gente tosiendo en tu cara, además de estar en plena calle, expuesto a gente que va a hacerse pruebas o enfermos traídos en ambulancia. Esta situación implica nuevamente el tema de cómo administrar tu energía, gestionar pensamientos y emociones, saber discernir entre los consejos, desahogos y peticiones de ayuda. Todo eso a la par de un padre que tiene que enfrentar con su cuerpo al virus, de que desconoces si podrá lograrlo; y todo lo que puedes hacer es apoyar en todo lo que sea posible, mientras esperas. Suena fácil, pero no lo es.
En su momento no podía distinguirlo (de hecho estaba molesto), ahora distingo que gracias a las dos vacunas de Astra Zeneca, papá salvo la vida. Fue duro sí, fue severo, sí… pero salió bien librado de ello, gracias a las vacunas. Gracias a Sinovac enfrenté los peligros de esta enfermedad (fui vacunado de mi segunda dosis un día antes de internarse mi papá). Las vacunas salvan, créelo. No lo parecía en su momento, lo sé… lo padecimos, pero le he repetido muchas veces a papá lo afortunado que fue en toda esta situación, porque muchos otros no tuvieron todas las condiciones afortunadas que él tuvo en esta crisis tan fuerte, muchos fallecieron en la espera de vacuna, de atención médica, de oxígeno, de criterio médico. Había que decidir y lo hicimos, no fue fácil, fue accidentado, pero salvó la vida, Gracias a todas y cada una de las cosas que pasaron y de todas las que ayudaron, como sus distintos y muchos apoyos, como sus palabras, consejos y abrazos de corazón y oración.
Durante los 7 días que papá estuvo en Cuautitlán, siempre que hablaban de estabilidad entendía que esa estabilidad era frágil, un momento, solo el presente y nada más que el presente. No sabíamos si en unas horas, si mañana, si en cualquier momento todo podía empeorar. Entendí que la estabilidad era así porque así la estaba yo viviendo junto con él; nunca dejó de preocuparme el asegurarme de que supiera que debí ser fuerte, mantenerse animado, esperar lo mejor. Si para el familiar es difícil, el enfermo ten por seguro que lleva la peor parte.
En esta enfermedad todo cuenta, porque todos los demás que han perdido la lucha contra este mal también eran personas que querían luchar, querían vivir, más que otra cosa… y no lo lograron. Cada enfermo es tan grave como tan importante, porque su vida está en juego. Valoremos la vida, cada momento de nuestra existencia, sobre todo hoy, que es día de muertos y que por fin pude terminar este texto largo.
Que este Día de muertos nos sirva para valorar la vida, la lucha de cada enfermo por su vida, pa lucha de cada persona en su día a día. Agradezco a todos y cada uno de quienes me apoyaron en este momento difícil. Y si bien hoy seguimos enfrentando momentos complejos, lo hacemos vivos y yo lo hago agradecido de toda está vivencia, palabras, enseñanzas y momentos. No tengo, en verdad, cómo agradecer todo lo bueno que hicieron por mí… y que siguen haciendo. Deseo que el amor que han puesto en ayudarnos, pueda multiplicarlo Dios en sus vidas y en mi mismo para poder seguir ayudando a otros y seguir siendo parte y apoyo también de ustedes.
Sé que la historia es larga, sé que quizá pocos la leerán completa. Tardé mucho en escribirla completa y decidí creer que tomara el tiempo que tomara, pero quería contárselos porque no pude hacerlo en su momento y realmente quería agradecerlo, pero era mucho que decir y no había cabeza para hacerlo. Ojalá mi manera de escribir pueda transmitir el mensaje correcto y con la suficiente emoción para mantenerlos leyendo, para mí ha sido una enorme experiencia hacerlo.
Hoy, en el día de los muertos, recibo a mi mamá, mi Aeris, mi Jonadiel, mi Danny, mi amigo Rafa, Rebeca. Mis bisabuelos, tías, primos y nuestros vecinos y amigos queridos que se nos fueron sobre todo en este último año. Doy gracias a Dios porque ayer pude ir a ver a mi mamá y mi abuelo Benjamín (su esposo de mi mamá Piñón y a quien tenía muchos años de no ir a ver a su panteón). Gracias por todo lo que entiendo, lo que no, lo que ha sido cada momento, con dudas y decisiones que tomar.
En las pláticas posteriores a la salida de papá del hospital ha surgido el tema de “¿habré tomado las decisiones correctas?”, a lo que Julio y papá dicen que sí.
Yo en realidad no lo sé. Decidí lo que consideré mejor dependiendo de cada momento y de la información que tenía en ese instante. Fue difícil, siempre estuve lleno de dudas y en esta historia cuento un poco de todo lo qué pasó en esos días por mi mente, en un aspecto muuuuy general, porque creo que de esas dudas también es posible aprender y manejar mejor crisis futuras.
Ninguno de nosotros sabrá actuar en un momento de desesperación si no nos preparamos mentalmente, si no nos hacemos fuertes. No podemos creernos héroes ni Dioses. Hay que decidir y cuando ocurra, habrá que hacerlo y realmente creer que es lo mejor, porque viviremos con las consecuencias de lo que cause. Es un docto peligroso, una sentencia dura; pero así de dura es la realidad que, si se impone sin encontrar resistencia de nuestra parte, nos desaparece sin que podamos hacer nada. Preparados o no, muchas cosas saldrán de nuestro control cuando ocurra un hecho grave… deseo que tengamos el juicio para saber decidir, esperar, descansar y enfrentar los embates y consecuencias de nuestro actuar. Que este día, en que recordamos a los nuestros y el amor del que hemos venido todos al mundo, deseo que mucho de esto quede en ti y te transforme, que te sirva y te acompañe cuando lo necesites, porque está Pandemia nos puede hacer sentir solos h aislados, pero todos estamos enfrentando y luchando por la vida a nuestra manera, con nuestros recursos y nuestro cuerpo. Que cada lucha tenga la dignidad que merece, por lo menos al reconocer que muchas las desconocemos y están siendo crudas y difíciles. Seamos empáticos con los otros, los que enfrentan la enfermedad, los que luchan por sobrevivir, los que luchan por sus enfermos, por subsistir día con día. Que no nos falte corazón para ayudar, cómo ayer que con pocos recursos fui a dos panteones en tiempos limitados y recibí del cielo la ayuda que necesitaba para hacerlo posible. Somos afortunados, ya deja tú por Dios, por la probabilidad de que los hechos favorezcan lo que vivimos y lo que nos ocurre. Seamos agradecidos y comprensivos, de que estos tiempos son duros y requieren aún mas de que aprendamos a ser ese apoyo, ese hombre, esa fuerza que mas necesitas, cuando más se necesitó.
Que este texto te de fuerza.
Te lo digo yo, que aún me falta, que a veces no me alcanza, pero que agradezco tooooda la fuerza que me han dado ustedes, la que me inculcó mi madre en el cielo, la que gracias a cada hecho y experiencia nace de mí mismo, con todo y el brillo de mi fe.
Por trillada que suene la frase, pues es de “Star Wars”, es real:
«Que la fuerza esté contigo».
Gracias por leer.