En lo personal, lo tomé muy mal. Por el estrés, el gasto y las ganas... y me cerré a querer saber la razón; no quise explicaciones y, en mi arranque de arrogancia, desacredité todo argumento únicamente por hacerme el ofendido.
Pero fue gracias a mi amigo Carlitos, quien con el corazón en la mano, colocó sobre mí el siguiente artículo de vagabundos.mx, que pude recapacitar.
Había visto la carta, sin leerla más que las primeras dos o tres palabras. Pero nada como que alguien se tome el tiempo de traducirla y de compartirla con un título como el que lleva este post (y que uso en honor a ella, al medio y a la persona que lo tradujo, en forma de agradecimiento)...
Es así como quise dejar, en este blog, testimonio de ello. Primero, de que yo cometí un error y que me disculpo por ello; y segundo, de que gracias a Fiona Apple, nuevamente aprendo una de las lecciones más importantes de mi vida.
Como con sus canciones, que me han acompañado en el medio de las tierras más oscuras de mí mismo.
Esta es la carta, textual y en español. La fuente la encontrarán al final de esta entrada, porque yo no puedo darme el crédito de algo que yo no escribí ni transcribí. Simplemente soy uno de los muchos vehículos que somos todos, que llevan mensajes y que tratan de hacer eco en otros, enlazando nuestra energía.
Sólo quiero decir dos cosas más: ¡Te Amo, Fiona!, la primera; y...
Perdón Janet, ¡yo fui un idiota!...
esta es la segunda y más importante.
He aquí la carta:
Son las 6 de la tarde del viernes y estoy escribiendo a unos miles de amigos a los que aún no conozco. Escribo para decirles que tenemos que cambiar nuestros planes y encontrarnos un poco más tarde.
Lo que pasa es esto:
Tengo una perra, Janet, y lleva casi dos años enferma con un tumor en su pecho y que ha ido creciendo poco a poco. Tiene casi 14 años, la adopté cuando tenía cuatro meses. Yo tenía 21 años entonces y ella fue mi hija. Es una pitbull, la encontraron en Echo Park, con una soga en torno a su cuello y mordiscos en sus orejas y en su cara.
Fue usada para entrenar perros de peleas, para dar confianza a los otros, como carnada.
Tiene casi 14 años y nunca la he visto empezar una pelea, o morder, ni siquiera gruñir así que entiendo por qué la eligieron para ese trabajo horrible.
Es una pacifista.
Janet es la relación más constante de mi vida adulta, eso es un hecho. Hemos vivido en numerosas casas y dejado atrás unas cuantas familias provisionales pero siempre las dos juntas.
Y eso es sólo el principio.
Dormía en la cama conmigo, su cabeza sobre la almohada, y aceptaba mi cara histérica y llorosa en su pecho, con sus patas abrazándome, cada vez que tenía el corazón roto, o el espíritu roto, o cada vez que estaba perdida, y según fueron pasando los años dejó que yo adoptara el papel de su hija, mientras me dormía, con su mentón apoyado en mi cabeza.
Estaba bajo el piano cuando yo componía mis canciones, ladraba cuando intentaba grabar algo y estuvo en el estudio conmigo durante toda la grabación del último álbum.
Cuando volví de la última gira, estaba tan vivaz como siempre, está acostumbrada a que yo me vaya un par de semanas cada seis o siete años.
Tiene la enfermedad de Addison, lo que hace que sea peligroso para ella viajar porque necesita inyecciones de Cortisol con regularidad, porque reacciona al estrés y la excitación sin los mecanismos fisiológicos que tenemos el resto de nosotros y que evitan que, literalmente nos dé un ataque de pánico.
Pese a todo ello, esta siempre feliz y juguetona y sólo dejó de comportarse como una cachorrita hace unos tres años.
Es mi mejor amiga y mi madre y mi hija, mi benefactora, es la que me ha enseñado lo que es el amor.
No puedo ir a Sudamérica. Ahora no.
Cuando volví a casa tras la última parte de mi gira en EEUU noté una gran, gran diferencia.
Ya ni siquiera quiere salir a pasear.
Sé que no está triste por envejecer o estar cercana a la muerte. Los animales tienen instinto de supervivencia pero lo que no tienen es un sentimiento de mortalidad y de vanidad. Por eso están incontablemente más presentes que los humanos.
Pero sé que que se está acercando al momento en el que dejará de ser un perro para, en vez de eso, convertirse en parte de todo. Estará en el viento, en la tierra, y en mí allá donde yo vaya.
No puedo dejarla ahora, por favor comprendan.
Si me voy ahora, temo que morirá y que no tendré el honor de cantar para ella mientras se duerme, de acompañarla mientras se va.
A veces puedo tardar 20 minutos en elegir qué calcetines ponerme para irme a la cama. Pero esta decisión es instantánea.
Estas son las elecciones que tomamos, las que nos definen.
No quiero ser la mujer que pone su carrera antes que el amor y la amistad.
Soy la mujer que se queda en casa y cocina para mi más querida y más vieja amiga. Y la ayuda a sentirse cómoda, y arropada, y segura e importante.
Muchos de nosotros en estos tiempos tememos la muerte de un ser querido. Es la fea verdad de la Vida, que nos hace sentir aterrorizados y solos.
Me gustaría que también pudiéramos apreciar este tiempo final.
Sé que me sentiré abrumada por ese sentimiento, por su vida y de mi amor por ella en los últimos momentos.
Tengo que hacer lo imposible para estar ahí entonces.
Porque será la más bella, la más intensa, la más enriquecedora experiencia que nunca haya conocido en mi vida.
Cuando muera.
Así que me quedo en casa y estoy escuchándola roncar y respirar con dificultad y me deleito con el aliento más apestoso y horrible que nunca haya salido de la boca de un ángel.
Les pido su bendición.
Nos vemos.
Con cariño, Fiona.
Texto traducido por @Rescateanimal
*Fuente: Vagabundos.mx
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