12 abril 2010

Crónicas de la oscuridad (I). ¿Quién tiene el poder en México?

La semana pasada la revista mexicana "Proceso" de información y análisis político causó una revelación cuya proporción es tal que quiero dejar antecedente de ello aquí en este Diario.

El periodista Julio Scherer García sostuvo un encuentro con Ismael "El mayo" Zambada, capo del cartel de Sinaloa. Encuentro que era una entrevista "programada" por el propio Capo quien contactó al reconocido periodista y bajo estrictos patrones de seguridad fue llevado a "determinado sitio" para el encuentro.

Este es el primero de dos mensajes que he titulado como "Crónicas de la oscuridad"; una referencia personal que enfatiza el impacto que a nivel personal vislumbro en dos hechos que acontecieron apenas en los últimos 12 días de este mes de Abril y que hablan de límites en la tragedia humana que se vive en muchos momentos y en muchos países. Esta primer parte refiere a la crónica de Scherer de su encuentro con "el mayo" y los hechos que desprende el intento que el periodista hizo de sostener una entrevista sustancial, quedando sólo en el intento debido a la actitud general del propio capo. Es de una importancia elevada ya que las implicaciones de tal documento llegan más lejos de lo que puedas imaginarte. La fotografía que el capo y Scherer se tomaron y que es portada de la revista proceso en que se publicó el artículo es sin duda un manifiesto de poder, una manipulación a gran escala, algo que coloquialmente puede interpretarse como "Para que les quede claro!"

Si los periodistas pueden encontrar al capo y la policía no esto despierta una primer inquietud en la cabeza de las personas. Julio Scherer ha sido ampliamente criticado por sus colegas del periodismo debido al "debate moral" de si debió o no debió aceptar hacer este encuentro y si se vió "blando" con sus pocas preguntas más mil patrañas más que disfrazan de "doctrina y moral", despertadas muchas de ellas por una evidente envidia que hace que "ahora si" saquen a pulirse sus logros como periodistas y decir "qué es lo que se debe hacer", al respecto encontré una posición muy acorde con las circunstancias y en palabras que, a nivel personal, si equilibran lo que debe ser dicho, más allá de los comentarios de periodistas que no saben voltear hacia atrás y reconocer que "la escuela de periodismo" ha girado numerosas veces de ángulo para adaptarse a situaciones que cambian como el tiempo mismo. Esta posición, que será el texto siguiente en este mismo post tras el artículo del propio Scherer fue escrito por Mireya Márquez Ramirez y me fue ampliamente grato leerle ya que tanto en medios escritos reconocidos como en la televisión sólo encontré miradas celosas y una amplia confusión de términos y posiciones. Todos tratan de tener "la razón" y todos "opinan" sin observar de cerca todas las implicaciones y riesgos a los que el propio creador de Proceso tuvo que someterse para lograr ese texto y esa foto
. No cualquiera "va al infierno" para venir a contarte y si bien puedan existir elementos para crítica también sobran para análisis, el texto que vas a encontrar será estudiado minuciosamente en las universidades, discutido ampliamente entre colegas y observado a microscopio por el pobre Cisen (uy! cuaaaaanta inteligencia hemos de tener ahí que recurrimos al FBI en lugar de ellos para resolver el "asunto mediático" de la niña, casi santo, Paulette Gebara Farah) y, aunque les cague, quien más va a leer este artículo es la propia gente involucrada en el narcotráfico, quienes sin dudar ríen de ver que el gobierno es nulo y su presencia basta. Es iluso creer que un gobierno construido sobre la inestabilidad del poder político mexicano quiera enfrentar a un enemigo tan grande, diluido entre todas las filas de cualquier frente. El narco es poderoso porque tiene de su lado a numerosas cabezas que distribuyen, conspiran, averiguan y someten a otros con tal de llevar la droga a las manos del consumidor, consumidor que esta en el gobierno, está en la farándula, está en tu trabajo, está en tu propia calle, está en tu familia, aunque tú no lo sepas. Sus sistemas de inteligencia son más eficaces que los nuestros, trabajan por sus intereses, por su seguridad, por sometimiento; y cualquiera la razón resultan ser mejores, son más eficaces y están construidos sobre una lealtad que ha destruido la identidad humana para convertirlos en "clones y soldados" de las sustancias y la oscuridad.

¿Es o no un problema de todos entonces?

El narcotráfico es un problema que aqueja a TODOS, los involucrados, los que consumen, los que no lo hacen. Ha dejado una estela de muertes que se hace más grande cada día y ha costado la vida a numerosos periodistas que han intentado acercarse a sus guaridas. Un encuentro así en circunstancias "civiles" cualquiera no podría darse simple y sencillamente porque ellos no son tontos como el gobierno cree, no necesitaban demostrar un poder que tienen de facto. Logran edificar obras que al gobierno les cuesta el triple en dinero y en fallas y pesé a que el gobierno se la vive vanagloriandose de su lucha, la droga sigue en las calles, sigue en las manos, sigue en el cuerpo, pese a que cueste tantas vidas, cueste tantos abusos, cueste la perdida de una visión de vida para convertir a las personas comunes (sin escuela ni distinción congruente de lo que son "los principios") en gente con poder, poder de ser y pensar sin limite alguno, lo que significa que si un día piensan que deben matarte, lo harán y se acabó! pueden con eso! Sin culpa ni rastro.

Intentamos ver la moral del narco con la moral que tenemos, no somos capaces de ver que es ahí precisamente donde nació el problema. Observarás en el texto de Scherer diversas referencias al modo de actuar de diversas personas y neta, observa! El propio periodista se diluyo entre las calles, en una fonda, en una calle cualquiera de la ciudad o su periferia, tú pudiste estar ahí, pudiste ser otro comensal que ignoro lo que ocurría justo en la mesa de al lado. Pensamos que la tragedia y el dolor están lejos, que estos problemas no nos afectan cuando han costado tantas vidas, cuando pueden costar la nuestra. No hace mucho se suscitó un tiroteo en plena avenida principal del la periferia del DF (la vía José López Portillo) justo en un restaurante de mariscos ubicado en Tultitlán, Estado de México. Se realizó una persecución que involucro a las corruptas policías municipales cercanas y a la polícia estatal y federal. De la persecución que comenzó en Coacalco y acabase en Tultitlán no se capturó a un solo agresor, en cambio cuando menos 1 policía muerto y gente secuestrada de la que nadie volvió a hablar por lo que es inevitable la pregunta de ¿realmente nos interesa saber que ocurrió más allá de los hechos o sólo dejamos las noticias aparecer y pasar porque no nos "afectan" directamente (pensamos)? realmente importa! Cuando pregunté a personas cercanas al lugar, actúan asustados los primeros dos minutos, luego, como no es su problema, siguen en sus asuntos. Nadie mira más allá de sus narices, más allá de sus egoísmos y sus intenciones. Juzgamos que todos tenemos la misma moral y que vemos las mismas cosas, pero la oscuridad es corrupta cuanto más profundo entras, ahí es donde pierdes tu corazón y recriminas con verdadero odio hacia la fe perdida, donde te aferras al lado que te da tu "vasto" poder. En la entrevista de Scherer, el mayo hace una observación de esta índole:

"El monte es mi casa, mi familia, mi protección, mi tierra, el agua que bebo. La tierra siempre es buena, el cielo no.

–No le entiendo.

–A veces el cielo niega la lluvia"

Este texto de Julio Scherer formará (lo he dicho y lo sostengo) parte de los libros de historia futuros de México, es la batalla que el país traba consigo mismo ahora, a doscientos años de su fundación como país "independiente" y tras hacerse claro desde hace más de 10 años que el enemigo somos nosotros y no los demás. Somos un país joven, libre pero inexperto e incipiente. No creamos ya películas trascendentes como en la época en que hicimos del cine un rasgo de identificación (le época de oro) y hemos copiado cuanta formula existe para lograr darnos una identidad sin distinguir lo que realmente somos como nación de naciones, seguiremos emulando las políticas que adopten otros, copiando esquemas y patrones de países desarrollados porque no nos juzgamos capaces de ver, pensar, analizar y sustraer un conocimiento propio. Tendría que volver a nacer Rosseau y ser mexicano apellidado "Hernández" para que podamos tener un poquito de "ilustración" porque simple y sencillamente no sabemos quienes somos, no nos valoramos y seguimos sumidos en nuestra moral aunque tengamos 3. Ya lo decía Oscar Lewis en su reconocida obra "Los hijos de Sánchez" y bueno! ni siquiera fue él quien tuvo que hablar, hablaron los propios Sánchez, mexicanos que permitieron uno de los estudios sociológicos más acordes con la verdadera identidad mexicana y que nos dejó bien parados ante nadie. En aquel tiempo (los años sesenta) el libro causo una controversia tal que fue prohibida su publicación y se sometió el asunto a juicio; ¿Cómo un extranjero iba a venir a estudiarnos como si fuéramos chimpances y reflejarnos de una forma tan denigrante? Pues eso somos! ni más ni menos! (no chimpances, somos lo que somos, el libro lo refleja y lo hace con estricto patrón sociológico, sin intervención del tercero en cuestión, es decir, el autor), con el tiempo esto se demostró y hoy, se demuestra otra vez. El autor fue perseguido y juzgado por supuestamente "denigrarnos" cuando lo único que hizo fue retratar un pedazo bastante fiel de la realidad del México de los 60, arriesgándose a toda clase de penurias y quedando al descubierto por las cosas que quedaron dichas y de las cuales él asumió responsabilidad. Deberíamos pensar en esto antes de irnos a degollar la cabeza de un periodista que aprovecho su oportunidad y persiguió la información, información que el periodismo debe buscar sin vinculación expresa del gobierno, sin atarse a un patrón de ideas ya que la información es eso: información, proveniente de los hechos reales, tangibles y semilla de los análisis y los cambios en nuestro pensamiento.

Un estudio diferente merecen las sustancias en cuestión (las drogas, como instrumento del "narcotráfico"), necesitamos partir de ahí, de enfocar los diálogos hacia una apertura social que permita a las personas entender los pros y contras de cada sustancia que puede introducir a su cuerpo. No es igual hablar de mariguana (con su controvertido THC que es menos dañino que un cigarro y que no mata de sobredosis alguna y cuyo peligro no reside de forma básica en la sustancia, lo está más en la psique del consumidor) que hablar de Cocaína, Crack, Tachas o Heroína; cada sustancia puede degenerar la personalidad del individuo en base a distintos factores -no estoy diciendo que una adicción a mariguana sea buena, los holandeses lo permiten bajo muchos parámetros, por ejemplo- pero esta información se cierra a nuestra sociedad, donde tachamos todo de tajo sin tomarnos la consideración de plantearlo en la realidad que el país vive y partir de reflejarnos desde ahí (y desde otros enfoques que retroalimenten el análisis sin ser posturas que tomamos sin procesarlas) para encontrar una solución real basados en hechos ponderados y realmente conscientes.

Es por esa gran razón (transformarnos) que he decidido colocar aquí la primer crónica, consta de 2 elementos: el texto original de Julio Scherer contenido en la revista Proceso y un segundo texto, propiedad de Mireya Márquez Ramirez; dejo a tu criterio el análisis completo y que si tienes alguna opinión esto generé un nuevo dialogo a partir de ti y así, de ese modo todos podremos opinar, podremos exigir, podremos asumir un compromiso con esta lucha como sociedad ¿porqué digo esto? porque él virus está entre nosotros y se resume en una palabra bien sencilla pero muy compleja como problemática: el desconocimiento. Por no saber estamos ignorando muchas implicaciones y riesgos, esto cuesta vidas, esto cuesta dinero, esto cuesta mentes... el único cambio en el narcotráfico nacerá de nosotros como sociedad, no de un gobierno tibio que sigue buscando una cabeza cuando el problema reside en millones de ellas, las consumidoras y las no. El conocimiento es el único que puede conducirnos a algún lado, pero la ausencia de él provoca hechos como el que el periodista Julio Scherer retrata en su "El Mayo en Abril", hechos que no vienen de años para acá, vienen de mucho tiempo atrás y que son ahora la realidad de nuestra sociedad, realidad que ahora se puede dar el lujo de aparecer en portada y que, aunque fuera por vanidad o fuera por miedo, reflejan que nuestra sociedad tiene problemas en sus venas, problemas cuya única solución somos todos, no unos cuantos.

He aquí los hechos, para la historia:

El Mayo en Abril (Entrevista de Julio Scherer a Ismael "El Mayo" Zambada, capo del cartel de Sinaloa), contenido en la revista Proceso (fuente original mediante vinculo en el nombre de la publicación)

MÉXICO, D.F., 3 de abril (Proceso).- Una expresión de Julio Scherer García ha quedado grabada con hierro candente, entre muchas otras, en quienes colaboramos con él. “Si el Diablo me ofrece una entrevista, voy a los infiernos…”. En el mayor de los sigilos, bajo la exigencia de reserva absoluta que él respetó y respeta, el fundador de Proceso fue convocado a encontrarse con Ismael El Mayo Zambada. “Tenía interés en conocerlo”, le dijo el capo del cártel de Sinaloa, colega y compadre de El Chapo Guzmán. En el encuentro, que terminó en puntos suspensivos, El Mayo Zambada dejó un reto: “Me pueden agarrar en cualquier momento… o nunca”.

Un día de febrero recibí en Proceso un mensaje que ofrecía datos claros acerca de su veracidad. Anunciaba que Ismael Zambada deseaba conversar conmigo.

La nota daba cuenta del sitio, la hora y el día en que una persona me conduciría al refugio del capo. No agregaba una palabra.

A partir de ese día ya no me soltó el desasosiego. Sin embargo, en momento alguno pensé en un atentado contra mi persona. Me sé vulnerable y así he vivido. No tengo chofer, rechazo la protección y generalmente viajo solo, la suerte siempre de mi lado.

La persistente inquietud tenía que ver con el trabajo periodístico. Inevitablemente debería contar las circunstancias y pormenores del viaje, pero no podría dejar indicios que llevaran a los persecutores del capo hasta su guarida. Recrearía tanto como me fuera posible la atmósfera del suceso y su verdad esencial, pero evitaría los datos que pudieran convertirme en un delator.

Me hizo bien recordar a Octavio Paz, a quien alguna vez le oí decir, enfático como era:

“Hasta el último latido del corazón, una vida puede rodar para siempre.”





Una mañana de sol absoluto, mi acompañante y yo abordamos un taxi del que no tuve ni la menor idea del sitio al que nos conduciría. Tras un recorrido breve, subimos a un segundo automóvil, luego a un tercero y finalmente a un cuarto. Caminamos en seguida un rato largo hasta detenernos ante una fachada color claro. Una señora nos abrió la puerta y no tuve manera de mirarla. Tan pronto corrió el cerrojo, desapareció.

La casa era de dos pisos, sólida. Por ahí había cinco cuadros, pájaros deformes en un cielo azuloso. En contraste, las paredes de las tres recámaras mostraban un frío abandono. En la sala habían sido acomodados sillones y sofás para unas diez personas y la mesa del comedor preveía seis comensales.

Me asomé a la cocina y abrí el refrigerador, refulgente y vacío. La curiosidad me llevó a buscar algún teléfono y sólo advertí aparatos fijos para la comunicación interna. La recámara que me fue asignada tenía al centro una cama estrecha y un buró de tres cajones polvosos. El colchón, sin sábana que lo cubriera, exhibía la pobreza de un cobertor viejo. Probé el agua de la regadera, fría, y en el lavamanos vi cuatro botellas de Bonafont y un jabón usado.

Hambrientos, el mensajero y yo salimos a la calle para comer, beber lo que fuera y estirar las piernas. Caminamos sin rumbo hasta una fonda grata, la música a un razonable volumen. Hablamos sin conversar, las frases cortadas sin alusión alguna a Zambada, al narco, la inseguridad, el ejército que patrullaba las zonas periféricas de la ciudad.

Volvimos a la casa desolada ya noche. Nos levantaríamos a las siete de la mañana. A las ocho del día siguiente desayunamos en un restaurante como hay muchos. Yo evitaba cualquier expresión que pudiera interpretarse como un signo de impaciencia o inquietud, incluso la mirada insistente a los ojos, una forma de la interrogación profunda. El tiempo se estiraba, indolente, y comíamos con lentitud.

Las horas siguientes transcurrieron entre las cuatro paredes ya conocidas. Yo llevaba conmigo un libro y me sumergí en la lectura, a medias. Mi acompañante parecía haber nacido para el aislamiento. Como si nada existiera a su alrededor, llegué a pensar que él mismo pudiera haber desaparecido sin darse cuenta, sin advertirlo. Me duele escribir que no tenía más vida que la servidumbre, la existencia sin otro horizonte que el minuto que viene.

“Ya nos avisarán –me dijo sorpresivamente–. La llamada vendrá por el celular.”

Pasó un tiempo informe, sin manecillas. ‘Paciencia’, me decía.

Salimos al fin a la oscuridad de la noche. En unas horas se cruzarían el ocaso y el amanecer sin luz ni sombra, quieto el mundo.

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Viajamos en una camioneta, seguidos de otra. La segunda desapareció de pronto y ocupó su lugar una tercera. Nos seguía, constante, a cien metros de distancia. Yo sentía la soledad y el silencio en un paisaje de planicies y montañas.

Por veredas y caminos sinuosos ascendimos una cuesta y de un instante a otro el universo entero dio un vuelco. Sobre una superficie de tierra apisonada y bajo un techo de troncos y bejucos, habíamos llegado al refugio del capo, cotizada su cabeza en millones de dólares, famoso como el Chapo y poderoso como el colombiano Escobar, en sus días de auge, zar de la droga.

Ismael Zambada me recibió con la mano dispuesta al saludo y unas palabras de bienvenida:

–Tenía mucho interés en conocerlo.

–Muchas gracias –respondí con naturalidad.

Me encontraba en una construcción rústica de dos recámaras y dos baños, según pude comprobar en los minutos que me pude apartar del capo para lavarme. Al exterior había una mesa de madera tosca para seis comensales, y bajo un árbol que parecía un bosque, tres sillas mecedoras con una pequeña mesa al centro. Me quedó claro que el cobertizo había sido levantado con el propósito de que el capo y su gente pudieran abandonarlo al primer signo de alarma. Percibí un pequeño grupo de hombres juramentados.

A corta distancia del narco, los guardaespaldas iban y venían, a veces los ojos en el jefe y a ratos en el panorama inmenso que se extendía a su alrededor. Todos cargaban su pistola y algunos, además, armas largas. Dueño de mí mismo, pero nervioso, vi en el suelo un arma negra que brillaba intensamente bajo un sol vertical. Me dije, deliberadamente forzada la imagen: podría tratarse de un animal sanguinario que dormita.

–Lo esperaba para que almorzáramos juntos–, me dijo Zambada y señaló la silla que ocuparía, ambos de frente.

Observé de reojo a su emisario, las mandíbulas apretadas. Me pedía que no fuera a decir que ya habíamos desayunado.

Al instante fuimos servidos con vasos de jugo de naranja y vasos de leche, carne, frijoles, tostadas, quesos que se desmoronaban entre los dedos o derretían en el paladar, café azucarado.

–Traigo conmigo una grabadora electrónica con juego para muchas horas–, aventuré con el propósito de ir creando un ambiente para la entrevista.

–Platiquemos primero.

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Le pregunté al capo por Vicente, Vicentillo.

–Es mi primogénito, el primero de cinco. Le digo “Mijo”. También es mi compadre.

Zambada siguió en la reseña personal:

–Tengo a mi esposa, cinco mujeres, quince nietos y un bisnieto. Ellas, las seis, están aquí, en los ranchos, hijas del monte, como yo. El monte es mi casa, mi familia, mi protección, mi tierra, el agua que bebo. La tierra siempre es buena, el cielo no.

–No le entiendo.

–A veces el cielo niega la lluvia.

Hubo un silencio que aproveché de la única manera que me fue posible:

–¿Y Vicente?

–Por ahora no quiero hablar de él. No sé si está en Chicago o Nueva York. Sé que estuvo en Matamoros.

–He de preguntarle, soy lo que soy. A propósito de su hijo, ¿vive usted su extradición con remordimientos que lo destrocen en su amor de padre?

–Hoy no voy a hablar de “Mijo”. Lo lloro.

–¿Grabamos?

Silencio.

–Tengo muchas preguntas–, insistí ya debilitado.

–Otro día. Tiene mi palabra.

Lo observaba. Sobrepasa el 1.80 de estatura y posee un cuerpo como una fortaleza, más allá de una barriga apenas pronunciada. Viste una playera y sus pantalones de mezclilla azul mantienen la línea recta de la ropa bien planchada. Se cubre con una gorra y el bigote recortado es de los que sugieren una sutil y permanente ironía.

–He leído sus libros y usted no miente–, me dice.

Detengo la mirada en el capo, los labios cerrados.

–Todos mienten, hasta Proceso. Su revista es la primera, informa más que todos, pero también miente.

–Señáleme un caso.

–Reseñó un matrimonio que no existió.

–¿El del Chapo Guzmán?

–Dio hasta pormenores de la boda.

–Sandra Ávila cuenta de una fiesta a la que ella concurrió y en la que estuvo presente el Chapo.

–Supe de la fiesta, pero fue una excepción en la vida del Chapo. Si él se exhibiera o yo lo hiciera, ya nos habrían agarrado.

–¿Algunas veces ha sentido cerca al ejército?

–Cuatro veces. El Chapo más.

–¿Qué tan cerca?

–Arriba, sobre mi cabeza. Huí por el monte, del que conozco los ramajes, los arroyos, las piedras, todo. A mí me agarran si me estoy quieto o me descuido, como al Chapo. Para que hoy pudiéramos reunirnos, vine de lejos. Y en cuanto terminemos, me voy.

–¿Teme que lo agarren?

–Tengo pánico de que me encierren.

–Si lo agarraran, ¿terminaría con su vida?

–No sé si tuviera los arrestos para matarme. Quiero pensar que sí, que me mataría.

Advierto que el capo cuida las palabras. Empleó el término arrestos, no el vocablo clásico que naturalmente habría esperado.

Zambada lleva el monte en el cuerpo, pero posee su propio encierro. Sus hijos, sus familias, sus nietos, los amigos de los hijos y los nietos, a todos les gustan las fiestas. Se reúnen con frecuencia en discos, en lugares públicos y el capo no puede acompañarlos. Me dice que para él no son los cumpleaños, las celebraciones en los santos, pasteles para los niños, la alegría de los quince años, la música, el baile.

–¿Hay en usted espacio para la tranquilidad?

–Cargo miedo.

–¿Todo el tiempo?

–Todo.

–¿Lo atraparán, finalmente?

–En cualquier momento o nunca.

Zambada tiene sesenta años y se inició en el narco a los dieciséis. Han transcurrido cuarenta y cuatro años que le dan una gran ventaja sobre sus persecutores de hoy. Sabe esconderse, sabe huir y se tiene por muy querido entre los hombres y las mujeres donde medio vive y medio muere a salto de mata.

–Hasta hoy no ha aparecido por ahí un traidor–, expresa de pronto para sí. Lo imagino insondable.

–¿Cómo se inició en el narco?

Su respuesta me hace sonreír.

–Nomás.

–¿Nomás?

Vuelvo a preguntar:

–¿Nomás?

Vuelve a responder:

–Nomás.

Por ahí no sigue el diálogo y me atengo a mis propias ideas: el narcotráfico como un imán irresistible y despiadado que persigue el dinero, el poder, los yates, los aviones, las mujeres propias y ajenas con las residencias y los edificios, las joyas como cuentas de colores para jugar, el impulso brutal que lleve a la cúspide. En la capacidad del narcotráfico existe, ya sin horizonte y aterradora, la capacidad para triturar.

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Zambada no objeta la persecución que el gobierno emprende para capturarlo. Está en su derecho y es su deber. Sin embargo, rechaza las acciones bárbaras del Ejército.

Los soldados, dice, rompen puertas y ventanas, penetran en la intimidad de las casas, siembran y esparcen el terror. En la guerra desatada encuentran inmediata respuesta a sus acometidas. El resultado es el número de víctimas que crece incesante. Los capos están en la mira, aunque ya no son las figuras únicas de otros tiempos.

–¿Qué son entonces? –pregunto.

Responde Zambada con un ejemplo fantasioso:

–Un día decido entregarme al gobierno para que me fusile. Mi caso debe ser ejemplar, un escarmiento para todos. Me fusilan y estalla la euforia. Pero al cabo de los días vamos sabiendo que nada cambió.

–¿Nada, caído el capo?

–El problema del narco envuelve a millones. ¿Cómo dominarlos? En cuanto a los capos, encerrados, muertos o extraditados, sus reemplazos ya andan por ahí.

A juicio de Zambada, el gobierno llegó tarde a esta lucha y no hay quien pueda resolver en días problemas generados por años. Infiltrado el gobierno desde abajo, el tiempo hizo su “trabajo” en el corazón del sistema y la corrupción se arraigó en el país. Al presidente, además, lo engañan sus colaboradores. Son embusteros y le informan de avances, que no se dan, en esta guerra perdida.

–¿Por qué perdida?

–El narco está en la sociedad, arraigado como la corrupción.

–Y usted, ¿qué hace ahora?

–Yo me dedico a la agricultura y a la ganadería, pero si puedo hacer un negocio en los Estados Unidos, lo hago.

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Yo pretendía indagar acerca de la fortuna del capo y opté por valerme de la revista Forbes para introducir el tema en la conversación.

Lo vi a los ojos, disimulado un ánimo ansioso:

–¿Sabía usted que Forbes incluye al Chapo entre los grandes millonarios del mundo?

–Son tonterías.

Tenía en los labios la pregunta que seguiría, ahora superflua, pero ya no pude contenerla.

–¿Podría usted figurar en la lista de la revista?

–Ya le dije. Son tonterías.

–Es conocida su amistad con el Chapo Guzmán y no podría llamar la atención que usted lo esperara fuera de la cárcel de Puente Grande el día de la evasión. ¿Podría contarme de qué manera vivió esa historia?

–El Chapo Guzmán y yo somos amigos, compadres y nos hablamos por teléfono con frecuencia. Pero esa historia no existió. Es una mentira más que me cuelgan. Como la invención de que yo planeaba un atentado contra el presidente de la República. No se me ocurriría.

–Zulema Hernández, mujer del Chapo, me habló de la corrupción que imperaba en Puente Grande y de qué manera esa corrupción facilitó la fuga de su amante. ¿Tiene usted noticia acerca de los acontecimientos de ese día y cómo se fueron desarrollando?

–Yo sé que no hubo sangre, un solo muerto. Lo demás, lo desconozco.

Inesperada su pregunta, Zambada me sorprende:

–¿Usted se interesa por el Chapo?

–Sí, claro.

–¿Querría verlo?

–Yo lo vine a ver a usted.

–¿Le gustaría…?

–Por supuesto.

–Voy a llamarlo y a lo mejor lo ve.

La conversación llega a su fin. Zambada, de pie, camina bajo la plenitud del sol y nuevamente me sorprende:

–¿Nos tomamos una foto?

Sentí un calor interno, absolutamente explicable. La foto probaba la veracidad del encuentro con el capo.

Zambada llamó a uno de sus guardaespaldas y le pidió un sombrero. Se lo puso, blanco, finísimo.

–¿Cómo ve?

–El sombrero es tan llamativo que le resta personalidad.

–¿Entonces con la gorra?

–Me parece.

El guardaespaldas apuntó con la cámara y disparó.








Hay dos tipos de escritores.
Uno es el tipo que cava la tierra en busca de la verdad.
Está abajo en el hoyo echando la tierra hacia arriba.
Pero encima de él hay otro hombre devolviendo la tierra hacia abajo.
Él también es periodista.
Entre ambos siempre hay un duelo.

Hennig Mankell, La Pista Falsa





(Sobre) "El Mayo en Abril" (de) Julio Scherer.
Texto original de: Mireya Márquez Ramírez

Abril 06, 2010

La buena: el periodismo se re-piensa a sí mismo. La mala: sobran pasiones, faltan razones. Don Julio Scherer y el semanario Proceso no sólo arrasaron en ventas con su exclusiva de la semana y generaron noticia, sino que se convirtieron en ‘la’ noticia.

El motivo: el encuentro entre el veterano periodista y uno de los narcotraficantes más buscados del momento: Ismael ‘El Mayo’ Zambada. Desde su guarida, el cercano colaborador del ‘Chapo’ Guzmán mostró el rostro que ha escabullido al Ejército, y lo mismo ha ventilado sus miedos y ansiedades, que vaticinado el fracaso de la actual guerra contra el narcotráfico del gobierno mexicano.

Atacar a las cúpulas es infructuoso, parece decir, porque el cáncer cuya célula original era él ha impregnado tan mortalmente a la sociedad que ya es muy tarde para quimioterapias.

Pero las contradicciones o posibles motivaciones del narcotraficante para revelar su rostro a la opinión pública, su lenguaje y su dialéctica, han pasado al segundo plano. Es su interlocutor quien le roba los reflectores, el hombre del que más líneas se han escrito –en castellano, inglés y francés—en las reseñas históricas sobre el periodismo mexicano, sin duda beneficiario de su escuela.

Hasta 1976, Julio Sherer le proveyó de lustre al revitalizar el género de la entrevista para estampar al diario Excélsior en el firmamento internacional. Después de 1976, le proveyó de dignidad al estampar a la revista Proceso como ícono de investigación, crítica innegociable, independencia editorial y relativa soberanía financiera.

Por ello es quizás que debido a su nombre y reputación desde varias trincheras se le recrimina a don Julio primero, que sirva de portavoz y micrófono a personajes que son enemigos de la legalidad, como el narcotráfico y el crimen organizado, no solamente en tiempos en que el gobierno mexicano está en guerra abierta contra los cárteles de la droga y demanda desesperado de aliados en los medios, sino porque la cifra de periodistas cuyos asesinatos se atribuyen al narcotráfico está a la alza.

Segundo, se le cuestiona si en su intento de aferrarse a la peleada cumbre del prestigio no habrá pisoteado los preceptos básicos de la ética periodística al ceder a las exigencias de un narcotraficante y más aún, dejarse abrazar por él e inmortalizar el momento en la portada de su revista.

Una tercera corriente de crítica le reclama su tibieza y la calidad de su producto, pues después de todo, arguyen sus críticos, ni fue entrevista, ni hizo preguntas incómodas, ni aportó datos nuevo a lo ya sobradamente conocido. Fue un simple espectáculo de poder, dicen algunos.

Una cuarta corriente de crítica, un tanto extensión de la lógica de la primera, asegura que el dotar de espacios en medios a los delincuentes contribuye a su glorificación y legitimación. Si bien creo que en la segunda y tercera corrientes de la crítica hay más margen de discusión y posiblemente mayor justificación, no comparto la primera y la cuarta que cuestionan la ética periodística a partir del discurso absolutista de la legalidad.

Hoy pocos negarían el valor noticioso de entrevistas con los delincuentes, monstruos, villanos y asesinos del México contemporáneo, como Carlos Ahumada, Rogelio Montemayor, René Bejarano, José Antonio Zorrilla Pérez, Óscar Espinosa Villarreal, Mario Aburto, Napoleón Gómez Urrutia, Daniel Arizmendi ‘El Mochaorejas’, Raúl Salinas de Gortari, Diego Santoy Riveroll, Orlando Magaña Dorantes, Juana Barraza Samperio ‘La Mataviejitos’ o José Luis Calva Zepeda ‘El Caníbal de la Guerrero’.

Si han de criticar a un periodista que busca hacer su trabajo, deberían esgrimirse argumentos más allá del discurso de la legalidad y la criminalidad, porque sus contornos textuales y contextuales son muy laxos y exigen congruencia y consistencia.

En su momento, el sub-comandante Marcos fue el enemigo público número uno del Estado y gran parte de la prensa mexicana así lo trató en su discurso, no así la extranjera, que lo consideró una voz válida y pionera del naciente movimiento altermundista. Y con todo, continúa siendo uno de los sujetos noticiosos más buscados y más esquivos.

Podría esgrimirse que a diferencia de los últimos, el ‘Mayo’ Zambada es un virulento criminal que representa una amenaza continua para la sociedad, y no está en cautiverio, en arraigo o en lugar conocido.

Pero una, no podemos aplicar el discurso de la legalidad a unos sí y a otros no en función del tamaño de sus delitos, sean manifestantes rompe-vidrios, guerrilleros, políticos corruptos o narcotraficantes; dos, la guerra contra el narcotráfico es del gobierno, no del periodismo, quien no está obligado a comprometerse con la agenda de ningún actor político, dominante, oficial, alterno o clandestino.

En cambio, sí está obligado a informar desde todas las esquinas y valiéndose para ello de la mayor cantidad de voces posible, aunque esas voces sean impopulares. Quizás el referente internacional más inmediato sea el reportero británico Robert Fisk, veterano corresponsal de guerra del diario The Independent, quien lo mismo provoca dolores de cabeza a los gobiernos, cuestiona y publica estrategias militares y de inteligencia, revela la hipocresía de las relaciones diplomáticas en Medio Oriente que condena los abusos de poder, violación de derechos humanos y estigmatización de las sociedad musulmanas.

Tiene una trayectoria que le ha valido numerosos reconocimientos, y cuenta en su haber con tres entrevistas a Osama Bin Laden, y una, hace pocas semanas, con Hafez Mohamed Saeed, presunto autor intelectual de los atentados de Mumbai.

Pero a Fisk no le sobran los elogios, tiene también innumerables críticos que lo mismo lo acusan de anti-patriota, de izquierdista, de ser impreciso y aventurado en sus juicios, y de despreciar los cánones periodísticos como la objetividad y el distanciamiento editorial, que de glorificar al terrorismo y justificar el fundamentalismo islámico con sus entrevistas.

Pero ningún periodista que se precie de serlo dejaría pasar la oportunidad, de haberla tenido, de entrevistar en su momento a Luicio Cabañas, a Ibon Gogeascoechea, a Manuel Marulanda, o a militantes de Al Fatah. Como no la desperdició el mexicano José Pagés en 1939 cuando tuvo enfrente a Adolfo Hitler o Roy Howard cuando tuvo a José Stalin.

Asimismo se le reprocha a Scherer el contribuir a la glorificación y humanización del narcotráficos y su cultura. Pero eso no es ni nuevo, ni limitado al contexto mexicano. Es un debate antiquísimo que obedece quizás a que el periodismo es también la ventana, fotografía, canal, herramienta y alimento de la imaginación colectiva y la cultura popular.

Contribuye, desde su lectura, a la construcción de la memoria material de pueblos y sociedades. Desde miradas diversas y contrastantes, aporta documentación y formas de abordar y escribir la historia.

Abundan, por ejemplo, los estudios que analizan el papel de la prensa y la literatura en la representación y construcción semántica de criminales, bandoleros y forajidos erigidos hoy día en mitos y leyendas, desde Robin Hood hasta Jesse James.

Al Capone y su mafia sanguinaria se consagraron gracias a las crónicas de la prensa de Chicago y uno de sus más famosos reporteros, Jake Lingle, celebrado por sus primicias y astucia para adentrarse en los recovecos de la mafia, y que fue originalmente tratado como héroe del gremio cuando las balas le cegaron la vida, aunque luego ya de muerto, la revelación de sus secretos acabó con su gloria.

En México, el caso más ilustre es el del periodista estadounidense John Reed. El perfil que hizo sobre Pancho Villa en 1913, uno de los delincuentes más célebres y temidos de su día, es tan memorable por su calidad literaria como por su metodología: pasó meses a su lado a fin de capturar fielmente la esencia y personalidad del Centauro del Norte. Quizás Villa no tendría su lugar de héroe revolucionario en la memoria histórica si no fuera por la prosa de Reed, aunque las víctimas de sus saqueos y asesinatos opinen lo contrario.

En ánimo de congruencia, quienes reclamen a Scherer la elección de su entrevistado debieran hacer lo propio en los anteriores casos. Y quienes cuestionen las razones del entrevistador para ver de cara al Diablo tienen ante sí una pila de ejemplos y casos de periodistas que en todas latitudes y tiempos, han hecho lo propio.

Es su trabajo. No es de sorprender entonces que desde la parte más gruesa de la pirámide gremial, los que se ven a sí mismos como peones de las calles, los que prefieren llamarse reporteros de a pie que periodistas, han salido a defender al decano. Reconocen en su colega al más ejemplar todos sus maestros y su curiosidad y tenacidad como sus más grandes motores.

En suma, la crítica a Scherer no debería apelar a la ética basada en la premisa de que el carácter noticiable de un personaje se basa en su calidad moral y estatus legal. La prensa no es ministerio público, fiscal o juez, no está para perseguir delitos ni para juzgarlos, aunque en múltiples ocasiones así se auto-erija.

Lo que sí debe la prensa es trascender el discurso oficial, su vocabulario, su lógica, sus adjetivos, su argumentación, y cuestionar a los entes y centros de poder, y en su caso, ayudar a entender y poner en perspectiva, desde su esquina, los fenómenos sociales. De ello puede jactarse Proceso.

Un periodismo que se muestra tímido y no persigue su propia agenda está condenado a la pasividad y a la reactividad. Uno que abusa de su poder, se mimetiza con aquello que cuestiona y critica.

Las buenas crónicas y entrevistas tienen la cualidad de valerse del lenguaje para dejarnos ver más allá de lo obvio, para sugerir los lugares no explícitamente expresados en el discurso, para retratar al personaje a pesar de la presencia o ausencia de palabras.

Don Julio ha dado cátedra de entrevistador en numerosas ocasiones, y su prolífico trabajo da cuenta de ello. Sin embargo, eso no significa que sea intocable ni que los lectores nos debamos abstener de cuestionar la calidad periodística de su crónica o las limitaciones de su entrevista con el ‘Mayo’ Zambada o de su personaje. Si fue o no del nivel de sus anteriores trabajos es parte de una discusión que se antoja necesaria, pero que no es la que ha imperado en estos días.

Se le aplaude, como siempre, que fue al infierno, vio a los ojos al Diablo e hizo lo que tenía que hacer con los recursos a la mano: su observación y su memoria. Ahora, hablar con el Diablo es una cosa, publicar como testimonio del encuentro una fotografía donde se deja abrazar por él, es otra, una indudablemente polémica y provocativa.

Lo cierto es que ninguna reputación, ni siquiera la de Julio Scherer, ya en el invierno de su vida, tiene blindaje contra el implacable fuego del infierno. Jugar con fuego es peligroso hasta para los más curtidos en artes pirotécnicas. En el calendario de la vida pronto se aprende que el fuego quema, sea Mayo, abril o Julio. Si no, pregúntenle a Jake Lingle.

05 abril 2010

Dream On



Thugs and badmen
punks and lifers
locked up interns
pigs and snitches

Rest your weary heads, all is well

You won't be strip-searched, torn up tonight
you won't be cut up, bleeding tonight
you won't be strung out, cold, shaking to your bones
wishing you were anywhere else but right here
So dream on

Thieves and muggers
tricks and hustlers
cheats and traitors
scum and low-lives

Rest your weary heads, all is well

You won't be sad or broken tonight
you won't be squealed on, ripped off tonight
you won't be back-stabbed, double cross, face down
teeth knocked out, lying in a gutter somewhere
So dream on

So dream on

Freaks and junkies
fakes and phonies
drunks and cowards
manic preachers

Rest your weary heads, all is well

You won't be pushed or messed with tonight
you won't be lied to, ruffed up tonight
You won't be insane, paranoid, obsessed
aimlessly wandering through the dark night
So dream on

So dream on

You won't be insane, paranoid, obsessed
aimlessly wandering through the dark night

So dream on

Green Requiem



Este pequeñito es un ayudante muy peculiar, su dominio nace del alma. Ellos utilizan sólo un ataque mágico: la curación.

Ellos no son parte de ningún batallón de ataque de forma primordial, son parte fundamental de las fuerzas de apoyo y su labor es energizar nuevamente la energía vital del equipo hasta donde esto sea posible. Son muy escurridizos, de difícil alcance ya que suelen volar bastante alto, son inconfundibles ya que emiten un sonido característico al aplicar su poder, sonido que consiste en un repique de campana muy suave.

Para energizar ellos siguen la orden de comando general del dominante, es decir, entraran en acción si y sólo si son invocados y bajo parámetros muy específicos, lo cual ocurre en muy pocas circunstancias si se están utilizando con un fin no negativo. El mal empleo de su dominio provoca que sean vistos de una forma intransigente ante una severa baja en las unidades de ataque y como reforzamiento de la defensa. Esto se traduce de forma básica en que ante una emergencia se les ve aparecer pero ante una desesperación se les ve en demasía, lo cual deja entrever al adversario la poca capacidad de organización grupal y la desesperación y ansiedad que provoca un mal manejo de la oscuridad.

Su objetivo, en el lado de la luz, es aliviar. Sin embargo el patrón se sigue respetando y se utilizarán únicamente en caso de verdadera necesidad. Son enlaces que aligeran el peso de las dudas, las tragedias y los golpes mortales; un vinculo entre cuerpo, corazón y mente a través de un canto nacido del alma.

Para su dominio, una cuestión no fácil de alcanzar, es necesaria una cualidad que no se obtiene fácilmente: la esperanza. Si el aspirante a su dominio no alberga tal sentimiento no lo conseguirá. Este es el mecanismo primario de protección del poder que albergan ya que si la ansiedad y la desesperación dominan el corazón del guerrero este será poco capaz de escuchar atentamente las señales de su latido y no generará el trayecto hacia su paz interna. Si bien, la esperanza nace con fuerza cuando las circunstancias son adversas sólo nacerá de forma plena cuando existe la energía más pura que requiere este sentimiento (y que nace del alma), pese a los embates de la angustia.

Su nombre, por ende, conlleva perfectamente la responsabilidad que ostentan, razón de que su presencia deba ser escasa, ya que parte de la verdadera necesidad. Su canto es sagrado e invoca un fuego que no quema ni alumbra, un fuego que energiza y sana.

Es por eso que este leal compañero tiene un lugar único entre el resto de sus hermanos, envestido con el color de la vida y responsable del alivio de los males del cuerpo a través del espíritu.

Su canto está compilado en el libro de las revelaciones, sin embargo, su significado no puede ser develado, tiene que ser encontrado (el camino está señalado y ya sabes lo que se necesita)...

Siendo así... les dejo el canto de esperanza de los magos de la sanación, el canto del Green Requiem, su esencia es para ti mismo:



...quem quaerimus adjutorem, nisi te, Domine...
Sancte Deus, Sancte Fortis,
Sancte misericors Salvator,
amarae morti ne tradas nos

04 abril 2010

Our Different Toughts


Un niño,
Con un mundo de cabeza, donde no sabe que pasa más,

Sintiéndose como un chico del infierno,

Gritándole al mundo "si me ves sólo, no sientas pena... estoy porque así quiero estar"

Aunque al mismo tiempo piensa "estoy así de raro, porque odio tener que decir adiós"


Naturalmente...


Quizá es que uno desea cosas imposibles,

Cuando eres todo lo que quieres ser (todo el tiempo),

No tienes porque sentirte presionado o confundido en esta noche,

¿Piensas vivir tratando de fluir?

La rareza es una de las partes integrantes de lo bello.



Este texto fue escrito utilizando el mensaje que tienen 11 de mis contactos de msn, son sus "nicks" o mensajes escritos (exceptuando a contactos cuyo nick es su propio nombre sin decir absolutamente nada más, excepto -nuevamente- uno, que es el primero en la lista y que traduje literalmente como "un niño" dado que lo es), esos mensajes que uno no siempre observa detenidamente y que, siendo franco, a pocos le importan. Digo... creo que obtuvimos un resultado singular con el conjuro, ¿no crees? ¿Qué más cosas esconderán nuestros distintos pensamientos?

La imagen responde al mismo espíritu con el que decidí hacer este texto... es una aparente "casualidad" ya que el título de este post me llevo a esa imagen al primer intento y da la casualidad de que es emblema de lo que estoy diciendo (once manos, un mismo mensaje) con todo y una leyenda bastante peculiar que versa "Sociedad contemporánea de artistas del este-oeste" que no le quitaré dado que la imagen lo trae en sí misma.

Digo... si once personas pueden dar para crear un mensaje... ¿qué pasaría si lograsen comprenderse mutuamente?

Think about it... por lo pronto

¿que piensas del resultado?


Astro.

Entre la Mente y el Corazón


Es difícil encontrar el equilibrio
Cuando te enamoras.
Estás perdido en el centro
Porque has de decidirte
Entre la Mente y el Corazón.

El Corazón es el motor de tu cuerpo
Pero el Cerebro es el motor de tu vida.


Entre la Mente y el corazón.
Entre la Mente y el corazón.
Entre la Mente y el corazón.


"Between Mind & Heart" Enigma. The Screen behind the mirror. Virgin Records (USA). 2000

Las batallas...




Don't look back, the time has come
All the pain turns into love

We're not submissive, we're not aggressive
But they think we can't defend

Stand up, join us, modern crusaders alive
We have the power to face the future
Cause we are the fighters
Just fighting for our rights

They're accusing, like always without knowing
What is just fiction or what is the truth
They have no mission, they have no passion
But they dare to tell us
what's bad and what's good!

(Canto en latín, original de "O Fortuna-Carmina Burana")

est affectus
et defectus

semper in angaria.


quod per sortem

sternit fortem,

mecum omnes plangite!


nunc obdurat

et tunc curat
ludo mentis aciem,

egestatem,

potestamem

mecum omnes plangite!


Stand up, join us, modern crusaders alive
We have the power who'll face the future
Cause we are the fighters
Just fighting for our rights

Stand up, join us, modern crusaders alive!



No mires atrás, el tiempo ha llegado
Todo el dolor se convierte en amor

No somos sumisos, no somos agresivos
Pero ellos piensan que no podemos defendernos

Levántate, únete, Cruzados Modernos vivos
Tenemos el poder para afrontar el futuro
Porque somos los luchadores
Luchando sólo por nuestros derechos

Ellos acusan, como siempre, sin saber
Qué es sólo ficción ó qué es verdad
No tienen misión, no tienen pasión
Pero se atreven a decirnos
Qué es malo y que es bueno!

(Canto en Latín, original de "O Fortuna-Carmina Burana")

empujado
y lastrado,
siempre esclavizado.

puesto que el Destino
derrota al más fuerte,
llorad todos conmigo!

primero oprimes
y luego alivias
a tu antojo;
pobreza
y poder
llorad todos conmigo!

Levántate, únete, Cruzados Modernos vivos
Tenemos el poder que afrontará el futuro
Porque somos los luchadores
Luchando solo por nuestros derechos

Levántate, únete, Cruzados Modernos vivos!



No, no es broma... es guerra declarada contra mis propios fantasmas.

He dicho!



Astro.

Push The Limits

I dance in the dark

I wanna stay away of the light

But it still do it again

I can't resist

This energy

I live for the spark

I light the fuse and watch it ignite

That's right

Drop the bomb, boy!

It's kicking off on the floor.



Push the limits es un conjuro poderoso, es una conjunción entre sonido, letra e imagen que cuenta en hechos una de miles de batallas que hay cada instante entre la luz y la oscuridad. La letra versa que "los instintos básicos están presentes en la vida social" y que estos "son paradojas que se encuentran cara a cara"

En el video encontraremos dos presencias conocidas cuyas vestiduras indican la polaridad que existe entre ellos, polaridad que entra en conflicto, en juego, en contacto. De ese juego, de esa batalla, se genera un resultado...

Pero el resultado, para ser interpretado, requiere que comprendas una lección decisiva, tan decisiva como comprender la simpleza/complejidad del símbolo del yin yang:

Basic instincts, social life
Paradoxes side by side

Don't submit to stupid rules
Be yourself and not a fool.
Don't accept average habits
Open your heart and push the limits!

Instintos básicos, vida social
Paradojas cara a cara

No te sometas a reglas estúpidas,
Se tú mismo y no un tonto
No aceptes hábitos comunes
Abre tu corazón y empuja los límites!

Siempre hay más de lo que se ve en las batallas que sostenemos cada día, siempre hay más que lo que "aparentemente" está ahí, claro y definido con un polo. La vida, para entenderse, requiere de un equilibrio simple cuyo fundamento está en ti mismo. Y dado que todo enfrentamiento llamará a la presencia de cambios que conforme se suceden aumentan su intensidad se hace necesario que estés listo para ello, y si no lo estás, un polo muy probablemente gane la batalla y quedarás limitado a un lado de historia. Cuando esto ocurra, cuando el entorno y circunstancias se nos vienen encima impidiendo ver un entorno completo, entonces empuja los límites, expande tu propio mundo...

El video contiene tal cantidad de elementos semióticos a descifrar que pueda ser que tengas que repetirlo mucho y en muy distintas circunstancias. Desde la primera vez que le escuche hasta ahora que la escucho muchas cosas aparecen siempre y siempre es un canto de guerra, un canto de cambio, un canto de fuerza, para ti, para mí, para todos!

Recuerda siempre que todo y todos, somos uno.

Astro.

02 abril 2010

Carta a un rehén, de Antoine de Saint-Exupéry.



I

Cuando atravesé Portugal en diciembre de 1940 en viaje a estados unidos, Lisboa se me apareció como una suerte de paraíso claro y triste. Se hablaba allí mucho, por aquella época, de una inminente invasión, y Portugal se aferraba a la ilusión de su felicidad. Lisboa, que había construido la mas encantadora exposición que jamás existiera en el mundo, sonreía con una sonrisa un tanto pálida, semejante a la de las madres que carecen de noticias de un hijo que esta en la guerra y se esfuerzan en salvarlo con su confianza: “Mi hijo esta bien puesto que sonrío...” “Miren -- decía, pues, Lisboa-- cuan feliz, tranquila e iluminada estoy...” El continente entero pesaba sobre Portugal a la manera de montaña salvaje, cargada de tribus de presa; Lisboa de fiesta desafiaba a Europa; “¡Como han de tomarme por blanco si pongo tanto cuidado en no esconderme! ¡Si soy tan vulnerable!...”

En mi país, las ciudades eran, por la noche, de color de ceniza. Me había desacostumbrado a todo resplandor, y esta capital radiante me producía un vago malestar. Si los alrededores son sombríos, los diamantes de una vitrina demasiado
iluminada atraen demasiado a los moderadores. Se los oye circular. Yo sentia pesar contra Lisboa la noche de Europa habitada por grupos errantes de bombarderos, como si hubieran olfateado de lejos el tesoro.

Pero Portugal ignoraba el apetito del monstruo. Se negaba a creer en los malos signos. Portugal hablaba de arte con una confianza desesperada. ¿Se atreverían a aplastarla con su culto al arte? Había sacado a luz todas sus maravillas. ¿Se atreverían a aplastarla con todas sus maravillas? Mostraba sus grandes hombres. A falta de cañones, a falta de ejercito, había levantado contra toda la chatarra del invasor todos sus centinelas de piedra: poetas, explorares,
conquistadores. Todo el pasado de Portugal, a falta de ejército y de cañones, obstruía la ruta. ¿Se atreverian a aplastarlo con la herencia de su pasado grandioso?

Deambulaba yo, pues, melancólicamente todas las noches a traves de los logros de aquella exposición de extremado buen gusto, en donde todo rozaba la perfeccion, inclusive la musica tan discreta, con tanto tacto elegida y que fluia suavemente sobre los jardines, sin altisonancia, como el canto simple de una fuente. ¿Destruirian en el mundo ese maravilloso gusto de la medida? Y entonces encontraba a Lisboa mas triste bajo su sonrisa que a mis ciudades apagadas.

Yo he conocido –quizas tambien vosotros hayais conocido- esas familias un tanto
raras que conservan, en la mesa, el lugar de algun difunto. Negaban lo irreparable.
Pero ese desafio no me parecia consolador. De los muertos se debe hacer muertos. Entonces en su papel de muertos, ellos encuentran otra forma de presencia. Pero las familias aquellas suspendian su regreso, y los convertian en ausentes eternos, en retrasados invitados a la eternidad. Trocaban el duelo por una espera sin contenido. Y esas casas me parecian hundidas en un malestar irremediable que, de otra manera, ahogaba tanto como la pena. Por Guillaumet, el ultimo amigo aviador que perdí y que se hizo abatir en servicio postal aereo -¡Dios mio!-, acepte llevar duelo. Guillaumet ya no cambiara. Nunca volvera a estar presente, pero tampoco estara nunca ausente. Sacrifique su cubierto en mi mesa –trampa inútil- e hice de el un verdadero amigo muerto.

Pero Portugal trataba de creer en la felicidad dejandole su cubierto, sus lamparas y su musica. En Lisboa se jugaba a la felicidad a fin de que Dios tuviera a bien creer en ella.

Lisboa debia tambien su clima de tristeza a la presencia de ciertos refugiados. No
hablo de los proscriptos en busca de asilo, no hablo de los inmigrantes en busca de
una tierra que fecundar con su trabajo. Hablo de los que se expatriaban lejos de
la miseria de los suyos para poner su dinero a buen recaudo.

Como no pude hospedarme en la ciudad misma, vivía en Estoril, cerca del Casino.
Salia yo de una guerra densa: mi grupo aereo, que jamas habia interrumpido,
durante nueve meses, los vuelos sobre Alemania, habia perdido ya, en el curso de la unica ofensiva alemana, las tres cuartas partes de su tripulacion. Había conocido al regresar a mi casa, la triste atmosfera de la esclavitud y la amenaza del hambre habia vivido la noche espesa de nuestras ciudades. Y ahora a dos pasos de mi casa, todas las noches, el Casino de Estoril se poblaba de aparecidos. Silenciosos Cadillacs, que simulaban dirigirse a alguna parte, los depositaba sobre la rena fina del porche. Se habian vestido para cenar como otrora. Mostraban sus plastrones o sus perlas. Se habian invitado los unos a los otros para comidas de figurantes, donde no tenían nada que decirse.

Luego, según las respectivas fortunas, jugaban a la ruleta o al bacará. A veces
iba a mirarlos. No experimentaba ni indignación ni sentimientos de ironia. Tenia una vaga angustia, la misma que os turba en el zoologico ante los sobrevivientes de una especie extinta. Se instalaban alrededor de las mesas, se apretaban contra un croupier austero y se afanaban en experimentar la esperanza, la desesperación, el temor, el deseo y el jubilo. Igual que los vivos. Jugaban fortunas que, quizas, estuvieran vacías de significaciones en ese mismo instante. Usaban monedas que tal vez estaban ya perimidas. Los valores de sus cofres estaban quiza garantizados por fabricas ya confiscadas o amenazadas por los bombardeos, ya en vias de arrasarlo todo. Libraban letras de cambio en la luna. Al anudarse al pasado se esforzaban en creer, como si nada hubiera comenzado a crujir sobre la tierra desde hacia algunos meses, en la legitimidad de su fiebre, en los fondos que respaldaban sus cheques, en la eternidad de sus convenciones. Era irreal. Era como un baile de muñecas. Pero era triste.

Sin duda no sentían nada. Los abandonaba. Me iba a respirar a la orilla del mar. ¡Ese mar de Estoril, mar de balneario, mar domesticado, que parecía entrar en el juego! Mar que arrastraba al golfo una única ola blanda, enteramente resplandeciente de luna, como un vestido de cola fuera de temporada.

Volvia a encontrarlos en el paquebote - ¡mis refugiados!-, paquebote que, tambien
el, esparcia una leve angustia, paquebote que transportaba de uno a otro continente
aquellas plantas sin raices. Me decia a mi mismo :“Quiero ser un viajero, no quiero
ser un emigrante. ¡Tantas cosas he aprendido entre los mios que en otra parte serian inútiles!” pero entonces mis emigrantes sacaban de su bolsillo su libretita de direcciones, sus restos de identidad. Aun jugaban a ser alguien. Se aferraban con todas sus fuerzas a alguna significación. “Sabe usted -dicen-, yo soy el que... soy de tal ciudad... el amigo de Fulano... ¿conoce a Zutano?”

Y os contaban la historia de un camarada, o la historia de una responsabilidad, o la
historia de una falta o cualquier otra historia que pudiera ligarlos a algo, cualquier cosa que fuese. Pero nada de ese pasado, puesto que se expatriaban, les serviría ya. Todo era aun calido, todo era fresco, todo vivo, como lo son al comienzo los recuerdos de amor. Se hace un paquete de tiernas cartas, se agregan algunos recuerdos, se ata todo con mucho cuidado. Y la reliquia produce al comienzo un melancólico encanto. Después, pasa una rubia de ojos azules y la reliquia muere. Del mismo modo el camarada, la responsabilidad, la ciudad natal, los recuerdos de la casa se decoloran si ya no sirven.

Ellos lo percibian claramente. Asi como Lisboa jugaba a la felicidad, ellos jugaban
a creer que pronto volverian. ¡Que dulce es la ausencia del hijo prodigo! Es esta
una falsa ausencia, puesto que detrás de el la casa familiar permanece. Que estemos ausentes en la pieza vecina o en el otro extremo del planeta, la diferencia no es esencial. La presencia del amigo que se a alejado en apariencia puede tornarse mas densa que una presencia real. Asi ocurre con la plegaria. Nunca he amado mejor mi casa como en el Sahara. Nunca los novios estuvieron mas cerca de sus novias que los marinos bretones del siglo XVI, cuando doblaban el Cabo de Hornos y envejecían contra el muro de los vientos contrarios. Ya desde la partida comenzaban a regresar. Era su regreso lo que preparaban cuando tendían las velas con sus pesadas manos. El camino mas corto del puerto de Bretaña a la casa de la prometida pasaba por e Cabo de Hornos. Pero mis emigrantes se me aparecían como marinos bretones a los que les hubieran arrebatado la novia bretona. No había novia bretona que encendiera para ellos su humilde lámpara en la ventana. No eran hijos pródigos. Eran hijos pródigos sin casa a donde volver.
Entonces comienza el verdadero viaje, el viaje fuera de uno mismo.
¿Cómo reconstruirse? ¿Cómo volver a formar en si la pesada madeja de los
recuerdos? El buque fantasma estaba cargado, como el limbo, de almas por
nacer. Únicamente parecían reales, tan reales que se los hubiese querido tocar
con los dedos, aquellos que, integrados en el navio y ennoblecidos por funciones
verdaderas, llevaban los platos, bruñían los cobres, enceraban los pisos y, con un
vago desprecio, servian a los muertos. No era la pobreza lo que procuraba a los
emigrantes ese ligero desden de parte del personal. Lo que les faltaba no era dinero, sino densidad. Ya no eran el hombre de tal casa, de tal amigo, de tal responsabilidad. Representaban el papel, pero este ya no era verdadero. Nadie tenia necesidad de ellos, nadie se disponia a recurrir a ellos. Que maravilla el telegrama que os trastorna, que os hace levantar en medio de la noche, os lleva a la estacion: “!Ven! ¡Te necesito!” En seguida descubrimos amigos que nos ayudan. Lentamente formamos parte de los que merecen que se los ayude. Es cierto que nadie odiaba a mis aparecidos, nadie tenia celos de ellos, nadie los molestaba. Pero nadie los amaba con el unico amor que cuenta. Me decia: cuando lleguen los apresaran en cocteles de bienvenida, en cenas de consuelo. Pero ¿quien sacudira su puerta exigiendo que se le reciba? -¡Abre! ¡Soy yo!- Es necesario amamantar por largo tiempo a un niño antes de que exija. Es necesario cultivar por largo tiempo a un amigo antes de que reclame lo que en amistad se le debe. Es necesario haberse arruinado durante generaciones para reparar los viejos castillos que se derrumban, para aprender a amarlos.

II

Yo, pues, me decía: “Lo esencial es que en alguna parte permanezca aquello de lo
cual se ha vivido. Y las costumbres. Y la fiesta de la familia. Y la casa de los
recuerdos. Lo esencial es vivir para el regreso...” Y me sentía amenazado en mi
subsistencia misma por la fragilidad de los polos lejanos de los que dependía.
Corría el riesgo de conocer un verdadero desierto, y comenzaba a comprender un
misterio que me había intrigado por mucho tiempo.

Viví tres años en el Sahara. Soñé, también yo, después de tantos otros, con su magia. Cualquiera que haya conocido la vida en el Sahara, donde todo es aparentemente, mera soledad y desamparo, llora aquellos años, a pesar de todo, como los mas hermosos que ha vivido. Las palabras “nostalgia de la arena, nostalgia de la soledad, nostalgia del espacio” solo son formulas literarias y no explican nada. Pero ahora, a bordo de un paquebote hormigueante de pasajeros hacinados unos contra otros, me pareció que por primera vez comprendía el desierto.

Ciertamente, el Sahara solo ofrece hasta donde se pierde la vista, una arena
uniforme, o mas exactamente -puesto que allí las dunas son raras- una grava
guijarrosa. Allí uno se baña en las condiciones mismas del tedio. Y sin embargo invisibles divinidades nos construyen una red de direcciones, de pendientes y de signos, una musculatura secreta y palpitante de vida. Ya no es uniformidad. Todo se orienta. Ni siquiera un silencio se parece a otro silencio. Hay un silencio de paz cuando las tribus están reconciliadas, cuando la noche recoge su frescor; es como si hiciéramos alto, con las velas recogidas, en un puerto tranquilo. Hay un silencio de mediodía cuando el sol suspende los pensamientos y los movimientos. Hay un silencio falso cuando el viento del norte ha cedido y la aparición de insectos arrancados como polen a los oasis del interior, anuncia la tempestad del Este, que trae arena. Hay un silencio de confabulación cuando se sabe, de una tribu lejana, que esta fermentando. Hay un silencio de misterio cuando se anudan los indescifrables conciliábulos entre árabes. Hay un silencio tenso cuando el mensajero tarda en volver. Un silencio agudo cuando se retiene la respiración, por la noche, para escuchar. Un silencio melancólico si se recuerda a quien se ama.

Todo se polariza. Cada estrella fija una dirección verdadera. Son todas estrellas
de reyes magos, todas sirven a su propio dios. Esta indica la dirección de un pozo
lejano difícil de ganar, y la extensión que los separa de ese pozo pesa como una
muralla. Esa indica la dirección de un pozo agotado, y la estrella misma parece
agotada, y la extensión que os separa del pozo seco no tiene pendiente. Aquella
otra estrella sirve de guía hacia un oasis desconocido que los nómadas os han
alabado, pero que la disidencia os veda, y la arena que os separa del oasis es césped de cuento de hadas. Tal otra indica la dirección de una ciudad blanca del Sur, sabrosa, al parecer, como un fruto que invita a hincarle los dientes. Aquella la
del mar.

Por ultimo, polos casi irreales imantan de muy lejos el desierto: una casa de infancia que permanece viva en el recuerdo; un amigo del cual no se sabe nada excepto que es.

De tal modo os sentís tensos y vivificados por el campo de fuerzas que os atraen u os rechazan, os solicitan u os resisten. Os encontráis bien fundados, bien
determinados, bien instalados en el centro de las direcciones cardinales.

Y como el desierto no ofrece ninguna riqueza tangible, como no hay nada que
ver ni que oír en el desierto, se esta constreñido a reconocer -puesto que ahí la
vida interior, lejos de dormirse, se fortalece- que el hombre esta animado al
comienzo por solicitaciones invisibles. El hombre esta gobernado por el espíritu. En
el desierto, valgo lo que valen mis divinidades.

De esa manera, si a bordo de mi triste paquebote me sentía rico en direcciones
todavía fértiles, si habitaba un planeta todavía vivo, todo ello se lo debía a
algunos amigos perdidos a mis espaldas en la noche de Francia, y que empezaban
a serme esenciales. Decididamente, Francia no era para mi ni una deidad abstracta ni un concepto de historiador, sino una carne de la que yo dependía, una red de lazos que me gobernaban, un conjunto de polos que fundaban las pendientes de mi corazón. Experimentaba la necesidad de sentir mas sólidos y duraderos que yo mismo a aquellos a quienes necesitaba para orientarme. Para conocer o regresar. Para existir.

En ellos se alojaba mi país entero, por ellos vivía en mí. Así también para quien
navega en el mar un continente se resume en el simple destello de algunos faros. Un
faro no mide la lejanía; simplemente, su luz esta presente en los ojos. Y todas las
maravillas del continente se alojan en la estrella.

Y hoy, que Francia, luego de la ocupación total, ha entrado en bloque con su
cargamento en el silencio, como un navío del que, con todos los fuegos apagados, se ignora si sobrevive o no a los peligros del mar, la suerte de cada uno de aquellos a quienes amo me atormenta con mas gravedad que una enfermedad en mi mismo instalada. Descubro que la fragilidad de ellos me amenaza en mi esencia.

Quien me obsesiona esta noche la memoria tiene cincuenta años. Esta enfermo. Y es judío. ¿Cómo sobrevivirá al terror alemán? Para imaginarme que todavía respira tengo que creer que, refugiado en secreto por la hermosa muralla de silencio de los campesinos de su aldea, el invasor lo ha ignorado. Solamente entonces creo que todavía vive. Solamente entonces, deambulando a lo lejos en el imperio de su amistad -que no tiene fronteras- me esta permitiendo no sentirme emigrante, sino viajero. Pues el desierto no esta allí donde uno cree. El Sahara tiene más vida que una capital, y la más hormigueante de las ciudades se vacía si los polos esenciales de la vida se desimantan.

III

¿Cómo construye entonces la vida las líneas de fuerzas en las que vivimos? ¿De
donde viene la fuerza que me atrae hacia la casa de ese amigo? ¿Cuáles son los
instantes capitales que han hecho de esa presencia uno de los polos de los que
tengo necesidad? ¿Con que secretos acontecimientos están amasadas las
ternuras particulares y, a través de ellas, el amor al país?

¡Que poco ruido hacen los verdaderos milagros! ¡Que simples son los acontecimientos esenciales! En el instante en que quiero contar hay tan poco que
decir que me es necesario revivirlo en sueños, y hablar a ese amigo.

Y ocurre merced a un día de preguerra, a orillas del Saona, del lado de Tournus.
Habíamos elegido para almorzar un restaurante cuyo balcón de tablas dominaba el río. Acodados sobre una mesa muy sencilla, que los clientes habían grabado a cuchillo, habíamos encargados dos Pernods. Tu medico te prohibía el alcohol, pero, en las grandes ocasiones, trampeabas. Y aquella era una gran ocasión. No sabíamos por que, pero era. Lo que nos alegraba era algo más impalpable que la calidad de la luz. Por eso te había decidido por el Pernod de las grandes ocasiones. Y como dos marineros descargaban una chalana a dos pasos de nosotros invitamos a los marineros. Los habíamos llamado desde lo alto del balcón. Y vinieron. Vinieron con toda sencillez. Tan natural habíamos encontrado el invitar a camaradas, a causa, quizás, de aquella fiesta invisible en nosotros. ¡Era tan evidente que responderían al signo! ¡Brindamos, pues!

El sol era agradable. Su tierna miel bañaba los álamos de la margen opuesta y
la llanura casi hasta el horizonte. Estábamos, siempre sin saber por que,
cada vez más contentos. Nos tranquilizaba que el sol brillara, que el río corriera, que la comida fuera comida, que los marineros hubieran respondido al llamado, que la sirvienta nos sirviera con una suerte de gentileza dichosa, como si presidiera un fiesta eterna. Estábamos completamente en paz, bien afincados, al abrigo del desorden, en una civilización definitiva. Saboreábamos una suerte de estado
perfecto en el que, colmados todos los deseos, no teníamos ya nada que confiarnos. Nos sentíamos puros, rectos, luminosos e indulgentes. No hubiésemos sabido decir que verdad nos aparecía con tanta evidencia, pero el sentimiento que nos dominaba era, sin duda alguna, el de la certidumbre, el de una certidumbre casi orgullosa.

De aquel modo el universo probaba su voluntad a través de nosotros. La condensación de las nebulosas, el endurecimiento de los planetas, la formación de las primeras amebas, el trabajo gigantesco de la vida que encamino la ameba hasta llegar al hombre, todo, todo había convergido felizmente para desembocar a través de nosotros, en aquella cualidad del placer. Como resultado no estaba mal.

Nos regodeamos con aquel encuentro mudo y aquellos ritos casi religiosos. Mecidos por el vaivén de la sirvienta casi sacerdotal, los marineros y nosotros brindábamos como los fieles de una misma Iglesia, aunque no hubiésemos podido decir cuál. Uno de los dos marineros era holandés; el otro alemán. Este había huido del nazismo. Allá estaba perseguido por comunista, o por trotskista, o por católico o por judío. (Ya no recuerdo la etiqueta por cuyo nombre había sido proscripto el hombre.) Pero en aquel momento era algo totalmente distinto que una etiqueta. Lo que contaba
era el contenido. La pasta humana. Era un amigo, simplemente. Y estábamos de
acuerdo, entre amigos. Tu estabas de acuerdo. Yo estaba de acuerdo. Los
marineros y la sirvienta estaban de acuerdo. ¿De acuerdo en qué? ¿Acerca del
Pernod? ¿Del significado de la vida? ¿De la dulzura del día? Tampoco eso
hubiésemos podido decirlo. Pero el acuerdo era total, y estaba tan solidamente
establecido en profundidad, se asentaba sobre una biblia tan evidente en su
sustancia, aunque inexpresable mediante palabras, que de buen grado hubiésemos
aceptado fortificar aquel pabellón, sostener allí un cerco, morir tras la
metralla para salvar aquella sustancia.
¿Que sustancia?... ¡Esto es lo que resulta difícil de explicar! Corro el riesgo de
aprehender tan solo reflejos y no lo esencial. Las palabras, insuficientes, dejaran escapar mi verdad. Seria oscuro si pretendiera que hubiéramos combatido con gusto para salvar una determinada cualidad de la sonrisa de los marineros, y de tu sonrisa y de mi sonrisa, y de la sonrisa de la sirvienta, un determinado milagro de aquel sol que tanto trabajo se había tomado, desde hacia millones y millones de años, para llegar, a través de nosotros, a la cualidad de una sonrisa tan bien lograda.

Lo esencial, lo mas frecuente, no tiene peso. Aquí lo esencial solo fue, aparentemente una sonrisa. Una sonrisa es a menudo lo esencial. Una sonrisa paga.
Una sonrisa recompensa. Una sonrisa anima. Y la cualidad de una sonrisa puede
hacer morir. Sin embargo, puesto que esa cualidad nos liberaba tan plenamente de la angustia de los tiempos presentes y nos otorgaba la certeza, la esperanza, la paz, tengo necesidad de contar hoy, para expresarme mejor, la historia de otra sonrisa.

IV

Fue en el curso de un reportaje sobre la guerra civil española. Yo habia cometido
la imprudencia de asistir de contrabando, cerca de las tres de la mañana, a un
embarco de material secreto en una estacion para trenes de carga. Mi indiscreción se vio favorecida por la agitación de los equipos y una cierta oscuridad. Pero resulte sospechoso a los milicianos anarquistas

Fue muy simple. Yo no sospechaba nada acerca de su elastica y silenciosa
aproximación, cuando ellos ya se cerraban sobre mi, suavemente, como los dedos de una mano. El caño de una carabina se poso ligeramente contra el vientre y el
silencio me parecio solemne. Finalmente, levante los brazos.

Observe que no clavaban los ojos en mi cara, sino en la corbata (la moda de un
barrio anarquista desaconsejaba tal objeto de arte). Mi carne se contrajo. Espere la
descarga, era la epoca de los juicios expeditivos. Pero no hubo descarga.
Después de algunos segundos de un vacío absoluto, a lo largo de los cuales los
equipos de trabajo me dieron la impresión de que bailaran en otro universo una
suerte de ballet de ensueño, mis anarquitas, con un ligero movimiento de
cabeza, me indicaron que los precediera, y nos pusimos en marcha, sin apuro, a
traves de las vias de la playa. La captura habia tenido lugar en medio de un perfecto silencio y con extraordinaria economía de movimientos. Asi juega la
fauna submarina.
Muy pronto me hundí en el subsuelo transformado en puesto de guardia. Mal iluminados por una triste lámpara de petróleo, otros milicianos dormitaban, la
carabina entre las piernas. Intercambiaron algunas palabras, en voz neutra, con los
hombres de mi patrulla. Uno de ellos me registro.

Yo hablo castellano, pero ignoro el catalán. Con todo, comprendi que me exigian mis papeles. Los habia olvidado en el hotel. Respondí: “Hotel... Periodista...” sin saber si mi lenguaje transmitía algo. Los milicianos se pasaron mi maquina fotográfica de mano en mano como una pieza de convicción. Algunos de los que bostezaban, desplomados en sus sillas cojas, se levantaron con cierto aburrimiento y se pusieron contra la pared.

Por que la impresión dominante era la del tedio. De molestia y de sueño. Tuve la sensación de que la capacidad de atención de aquellos hombres habia sido estirada al maximo. Casi hubiese deseado, como contacto humano, una señal de hostilidad. Pero no me honraban con ningun signo de colera, ni siquiera de reprobación. Intenté varias veces protestar en castellano. Mis protestas cayeron en el vacío. Me miraron sin reaccionar, como si hubieran mirado un pez chico en un acuario.

Esperaban. ¿Qué esperaban? ¿El regreso de alguno de ellos? ¿El alba? Me decía: “Esperan, quizás, tener hambre...”

Me decía también: “¡Harán una tontería! ¡Es absolutamente ridículo!” Mas bien que angustia, el sentimiento que experimentaba era de disgusto por lo absurdo. Me decía: “¡Si me deshielan, si quieren actuar, tirarán!”

¿Me encontraba, si o no, realmente en peligro? ¿Seguian ignorando que yo no era un saboteador, que no era un espia, sino un periodista? ¿Qué mis papeles de identidad se encontraban en el hotel? ¿Habian tomado una decisión? ¿Cuál?

Yo no sabia nada acerca de ellos, salvo que fusilaban sin grandes caros de conciencia. Las vanguardias revolucionarias, cualesquiera que sean, practican la caza, no del hombre (no miden al hombre en su sustancia), sino de
los síntomas. La verdad adversa les parece una enfermedad epidemica. Por un
síntoma dudoso se remite a los contagiosos al lazareto de aislamiento. El cementerio. Por eso me parecia siniestro este interrogatorio que me caia encima, a
traves de monosilabos vagos, de tanto en tanto, y del que no comprendia nada. Mi
pellejo se jugaba en una ruleta ciega. También por eso experimente, para pesar con una presencia real, la extraña necesidad de gritarles, acerca de mi, algo que me colocara en mi verdadero destino. Mi edad, por ejemplo. Es impresionante, ¡la edad de un hombre! Resume toda su vida. Esa, su madurez, se ha hecho lentamente. Se ha hecho contra tantos obstáculos vencidos, contra tantas graves enfermedades curada, contra tantas penas calmadas, contra tantas desesperaciones superadas, contra tantos riesgos de los que la mayor parte escapo a la conciencia. Se
ha hecho a traves de tantos deseos, de tantas esperanzas, de tantas nostalgias,
tantos olvidos, tanto amor. Representa una hermosa carga de experiencia y de
recuerdos. ¡La edad del hombre! A pesar de las trampas, de los tumbos, de los
atolladeros, hemos continuado avanzando, bien o mal, pasablemente, como una
buena carreta. Y ahora gracias a una convergencia obstinada de felices
circunstancias, aquí estamos. Tengo treinta y siete años. Y la buena carreta, si
Dios quiere, llevará aun mas lejos su carga de recuerdos. Me decia, pues: “Aquí
he llegado. Tengo treinta y siete años...” Me hubiese gustado abrumar a mis jueces
con esa confidencia... pero ya no me interrogaban más.
Fue entonces cuando ocurrio el milagro. ¡Oh! Un milagro muy discreto. No tenia
cigarrillos, y puesto que uno de mis carceleros fumaba, le rogué con un gesto
que me diera uno, y esbocé una vaga sonrisa. Al comienzo el hombre se estiró,
se paso la mano lentamente por la frente, levantó los ojos ya no en la direccion de
mi corbata, sino en la de mi rostro, y -con gran sorpresa de mi parte- esbozó también el una sonrisa. Fue como el dia que nace.

El milagro no evito el drama, simplemente lo borró, como la luz respecto de la sombra. Ya no habia lugar para el drama. El milagro no modifico nada de lo visible. La triste lampara de petroleo, una mesa con papeles esparcidos, los hombres adosados a la pared, el color de los objetos, el olor, todo persistio. Pero todas las cosas fueron transformadas en su sustancia misma. Aquella sonrisa me liberó. Era un signo tan definitivo, tan evidente en sus consecuencias cercanas, tan irreversible como la aparición del sol, inauguraba una nueva era. Nada había cambiado, y todo
había cambiado. La mesa con papeles esparcido se convertía en algo vivo. La
lámpara de petróleo se convertía en algo vivo, las paredes estaban vivas. El tedio
que rezumaban los objetos muertos de aquella cueva se disipaba por
encantamiento. Era como si una sangre invisible hubiera comenzado a circular
nuevamente, ligando todas las cosas en un mismo cuerpo, y restituyendoles una
significación.

Tampoco los hombres se habian movido; a pesar de ello, mientras un segundo antes
me habian parecido mas alejados de mi como una especie antidiluviana, ahora
nacian a una vida cercana. Experimentaba una extraordinaria sensación de presencia. Eso es: de presencia. Y sentia mi parentesco.

El muchacho que me habia sonreido y que, un segundo antes solo era una funcion, un util, una suerte de insecto monstruoso, se revelaba ahora algo torpe, casi timido, de una maravillosa timidez. Y no se trata de que fuera menos brutal que los otros -¡ah, terrorista!- , sino que el advenimiento del hombre en él ponia a luz su parte mas vulnerable. Nosotros, los hombres, adoptamos grandes aires, pero sabemos, en lo secreto del corazon, de la vacilación, de la duda, de la pena... Nada se habia dicho hasta entonces. Sin embargo todo esta resuelto. Yo apoyé la mano, en señal de agradecimiento, sobre la espalda del miliciano, cuando este me tendio el cigarrillo. Y como, roto el hielo, los otros milicianos se convirtieron tambien ellos en hombres, entre en su sonrisa como en un pais nuevo y libre.

Entré en su sonrisa como otras veces había entrado en la sonrisa de nuestros salvadores en el Sahara. Los camaradas, al encontrarnos después de jornadas de
busqueda, después de aterrizar lo menos lejos posible, marchaban hacia nosotros a
grandes pasos, balanceando muy visiblemente, en el estremo del brazo, ls
botas de agua. De la sonrisa de los salvadores -si me tocaba ser naufrago-,
como de la sonrisa de los naufragos -si me tocaba ser salvador-, me acuerdo como de una patria donde me sintiera extraordinariamente feliz. El placer verdadero es placer de comensal. El salvataje solo era la ocasión para ese placer. El agua no tiene el poder para encantar si no es antes regalo de la buena voluntad de los hombres.
Los cuidados que se prodigan al enfermo, la acogida que se brinda al proscripto, el
perdon mismo solo tiene valor gracias a la sonrisa que ilumina la fiesta. En la sonrisa nos reunimos por encima de los lenguajes, de las catas, de los partidos. Somos los fieles de una misma Iglesia, ella y sus costumbres, yo y las mias.

V

¿Es esta cualidad de la alegría el fruto más precioso de esta civilización que es la
nuestra? Una tiranía totalitaria podría satisfacernos, es verdad, en nuestras
necesidades materiales. Pero no somos ganado para engordar. La prosperidad y el
confort no podrían bastar para colmarnos. Para nosotros, que nos educamos en el
culto del respeto por el hombre, pesan gravemente los simples encuentros que tienen lugar a veces, en fiestas maravillosas...

¡Respeto por el hombre! ¡Respeto por el hombre!... ¡He allí la piedra de toque!
Cuando el Nazi respeta exclusivamente lo que se le asemeja, solo se respeta a si
mismo. Rechaza las contradicciones creadoras, arruina toda esperanza de
ascenso, y funda por mil años, en el lugar del hombre, el robot de un termitero. El
orden por el orden castra al hombre de su poder esencial, el de transformar tanto al mundo como a sí mismo. La vida crea al orden, pero el orden no crea a la vida.

Nos parece, muy por el contrario, que nuestro ascenso no ha terminado, que la verdad de mañana se nutre del error de ayer, y que las contradicciones que hay
que superar son el abono mismo de nuestro crecimiento. Reconocemos como nuestros aun a quienes difieren de nosotros.

¡Pero qué parentesco tan extraño es éste que se funda en el futuro y no en el pasado, en el fin y no en el origen! Somos, los unos para los otros, peregrinos que a lo largo de camino diversos penamos con destino a la misma cita.

Pero hoy ocurre que el respeto por el hombre, condición de nuestro ascenso, está en peligro. Los crujidos del mundo moderno nos han hundido en las tinieblas. Los problemas son incoherentes, las soluciones contradictorias. La verdad de ayer ya está por construirse. No se entrevé ninguna síntesis válida, y cada uno de nosotros sólo lleva consigo una parcela de la verdad. Las religiones políticas, carentes de evidencia que las imponga, apelan a la violencia. Y así, mientras nos dividimos en lo que respecta a los métodos, corremos el peligro de no volver a reconocer que todos nos apresuramos hacia el mismo fin.

Si al franquear una montaña en la dirección de una estrella el viajero se deja absorber demasiado por los problemas del escalamiento se arriesga a olvidar cuál es la estrella que lo guía. Si se mueve sólo por moverse, no irá a ninguna parte. Si la sillera de la catedral se preocupa demasiado por la ubicación de las sillas,
se arriesga a olvidar que está sirviendo a un dios. Del mismo modo, si me encierro
en alguna pasión de partido, me arriesgo a olvidar que una política sólo tiene sentido con la condición de estar al servicio de una evidencia espiritual. Hemos gustado, en las horas del milagro, una cierta cualidad de las relaciones humanas, y allí está para nosotros la verdad.

Cualquiera sea la urgencia de la acción, nos esta vedado --so pena de que la acción
permanezca estéril-- olvidar la vocación que ha de gobernarla. Queremos fundar el
respeto por el hombre. ¿Por qué nos habríamos de odiar dentro de un mismo
campo? Nadie de entre nosotros tiene el monopolio de la pureza de intenciones.
Puedo combatir, en nombre de mi camino, el camino que otro ha elegido; puedo
criticar los pasos de su razón --los pasos de la razón son inciertos--. Pero debo
respetar a ese hombre, en el plano del Espíritu, si pena hacia la misma estrella.

¡Respeto por el hombre! ¡Respeto por el hombre!...Si el respeto del hombre está
fundado en el corazón de los hombres -- siguiendo el camino inverso-- terminarán
por fundar el sistema social, político o económico que consagrará tal respeto.
Una civilización se funda ante todo en la sustancia; primeramente es, en el hombre,
el ciego deseo de un cierto calor. Luego, el hombre, de error en error, encuentra el
camino que lleva al fuego.

Por esta razón, amigo mío, tengo tanta necesidad de tu amistad. Tengo sed de un compañero que respete en mi, por encima de los litigios de la razón, el peregrino de
aquel fuego. A veces tengo necesidad de gustar por adelantado el calor prometido,
y descansar, mas alla de mi mismo, en esa cita que será la nuestra.

¡Estoy tan cansado de polémicas, de exclusividades, de fanatismos! En tu casa
puedo entrar sin vestirme con un uniforme, sin someterme a la recitación de
un Corán, sin renunciar a nada de mi patria interior. Junto a ti no tengo ya que
disculparme, no tengo que defenderme, no tengo que probar nada. Como en Tournus, hallo la paz. Mas allá de mis palabras torpes, mas allá de los razonamientos que me pueden engañar, tú consideras en mi simplemente al Hombre, tú honras en mí al embajador de creencias, de costumbre, de amores particulares. Si difiero de ti, lejos de menoscabarte, te engrandezco. Me interrogas como se interroga al viajero.

Yo, que como todos, experimento la necesidad de ser reconocido, me siento
puro en ti y voy hacia ti. Tengo necesidad de ir allí donde soy puro. Jamás han sido
mis fórmulas ni mis andanzas las que te informaron acerca de lo que soy, sino que
la aceptación de quien soy te ha hecho, necesariamente, indulgente para con esas
andanzas y esas fórmulas. Te estoy agradecido por que me recibes tal como
soy. ¿Qué he de hacer con un amigo que me juzga? Si recibo a un amigo en mi
mesa, le ruego que se siente, si renguea, pero no le pido que baile.

Amigo mío, tengo necesidad de ti como de una cumbre donde se puede respirar.
Tengo necesidad de acodarme junto a ti, una ves más a orillas del Saona, sobre la
mesa de una pequeña hostería de tablones desunidos, y de invitar allí a dos
marineros en cuya compañía brindaremos en la paz de una sonrisa semejante al día.
Si todavía combato, combatiré un poco por ti. Tengo necesidad de ti para creer
mejor en el advenimiento de esa sonrisa. Tengo necesidad de ayudarte a vivir. Te
veo tan débil, tan amenazado, arrastrando tus cincuenta años a lo largo de horas y
horas, para subsistir un día mas, en la vereda de cualquier almacén pobre,
tiritando al abrigo precario de una capa raída. Te siento, a ti que eres tan francés,
en doble peligro de muerte, en tanto francés y en tanto judío. Siento el precio
integro de una comunidad que ya no autoriza los litigios. Todos pertenecemos
a Francia como partes de un mismo árbol, y yo servire tu verdad como tu hubieras servido la mía. Para nosotros, franceses que estamos afuera, en esta guerra se trata de desbloquear la provisión de semillas heladas por la presencia alemana. Se trata de ayudaros, a vosotros que estáis allá. Se trata de haceros libres en la tierra donde tenéis el derecho fundamental de desarrollar vuestras raíces. Sois cuarenta
millones de rehenes. Las verdades nuevas se preparan siempre en las cuevas de la
opresión: cuarenta millones de rehenes meditan allá su nueva verdad. Nosotros
nos sometemos por adelantado a esa verdad.

Pues seréis ciertamente vosotros quienes nos enseñaran. No es nuestra misión
aportar la llama espiritual a quienes, como una vela, la alimenta ya con su propia
sustancia. Tal vez no leáis siquiera nuestros libros. Tal ves no escuchéis nuestros discursos. Nuestras ideas... es posible que las vomitéis. Nosotros no fundamos Francia, solo podemos servirla. Y sea lo que fuere que hiciéremos, no tendremos derechos a reconocimiento alguno. No hay medida común entre el oficio de soldado y el oficio de rehén. Vosotros sois los santos.


Saint-Exupéry, Antoine de; "Carta a un rehén" (Lettre a un Otago). 1944.
Traducción de: Susana Saavedra Marco. A Galmarini, para editorial Goncourt, Buenos Aires, Argentina. 1983.