12 agosto 2009

Verano Y Otoño*


-Deseo aprender magia -dijo la chica.

El Mago la miró. Jeans descoloridos, camiseta y el aire de desafío que toda persona tímida acostumbra usar cuando no debía. "Debo tener el doble de su edad", pensó el Mago. Y, a pesar de esto, sabía que estaba de­lante de su Otra Parte.

-Mi nombre es Brida -continuó ella-. Disculpe por no haberme presentado. Esperé mucho este momen­to, y estoy más ansiosa de lo que pensaba.

-¿Para qué quieres aprender magia? -preguntó él. -Para responder algunas preguntas de mi vida. Para conocer los poderes ocultos. Y, tal vez, para viajar al pasado y al futuro.

No era la primera vez que alguien iba hasta el bosque para pedirle esto. Hubo una época en que había sido un Maestro muy conocido y respetado por la Tradición. Había aceptado varios discípulos y creído que el mun­do cambiaría en la medida en que él pudiese cambiar a aquellos que lo rodeaban. Pero había cometido un error. Y los Maestros de la Tradición no pueden come­ter errores.

-¿No crees que eres muy joven?

-Tengo veintiún años -dijo Brida-. Si quisiera aprender ballet ahora, ya me encontrarían demasiado vieja.

El mago le hizo una seña para que lo acompañase. Los dos comenzaron a caminar juntos por el bosque, en silencio. "Es bonita -pensaba él, mientras las sombras de los árboles iban mudando rápidamente de posición porque el sol ya estaba cerca del horizonte-. Pero le doblo la edad." Esto significaba que posiblemente iba a sufrir.

Brida estaba irritada por el silencio del hombre que caminaba a su lado; su última frase ni siquiera había merecido un comentario por parte de él. El suelo del bosque estaba húmedo, cubierto de hojas secas; ella también reparó en las sombras cambiantes y la noche cayendo rápidamente. Dentro de poco oscurecería, y ellos no llevaban ninguna linterna.

"Tengo que confiar en él -se alentaba a sí misma-. Si creo que él me puede enseñar magia, también he de creer que me puede guiar por un bosque."

Continuaron caminando. El parecía andar sin rum­bo, de un lado para otro, cambiando de dirección sin que ningún obstáculo estuviese interrumpiendo su ca­mino. Más de una vez anduvieron en círculos, pasando tres o cuatro veces por el mismo lugar.

"Quién sabe si me está probando." Estaba resuelta a ir hasta el fin con aquella experiencia y procuraba de­mostrar que todo lo que estaba ocurriendo -inclusive las caminatas en circulo- eran cosas perfectamente normales.

Había venido desde muy lejos y había esperado mu­cho aquel encuentro. Dublín quedaba a casi 150 kiló­metros de distancia y los autobuses hasta aquella aldea eran incómodos y salían en horarios absurdos. Tuvo que levantarse temprano, viajar tres horas, preguntar por él en la pequeña ciudad, explicar lo que deseaba con un hombre tan extraño. Finalmente le indicaron la zona del bosque donde él acostumbraba estar durante el día, pero no sin antes alguien prevenirla de que él ya había intentado seducir a una de las mozas de la aldea.

"Es un hombre interesante", pensó para sí. El cami­no ahora era una subida y ella comenzó a desear que el sol se demorase aún un poco más en el cielo. Tenía miedo de resbalar en las hojas húmedas que estaban en el suelo.

-¿Por qué quieres aprender magia?

Brida se alegró de que el silencio se rompiera. Repi­tió la misma respuesta de antes.

Pero a él no le satisfizo.

-Quizá quieras aprender magia porque es misterio­sa y oculta. Porque tiene respuestas que pocos seres hu­manos consiguen encontrar en toda su vida. Pero, so­bre todo, porque evoca un pasado romántico.

Brida no dijo nada. No sabía qué decir. Se quedó deseando que él volviese a su silencio habitual porque tenía miedo de dar una respuesta que no gustase al Mago.

Llegaron finalmente a lo alto de un monte, después de atravesar el bosque entero. El terreno allí tornábase rocoso y desprovisto de cualquier vegetación, pero era menos resbaladizo, y Brida acompañó al Mago sin nin­guna dificultad.

Él se sentó en la parte más alta y pidió a Brida que hiciese lo mismo.

-Otras personas ya estuvieron aquí antes -dijo el Mago-. Vinieron a pedirme que les enseñase magia. Pero yo ya enseñé todo lo que necesitaba enseñar, ya devolví a la Humanidad lo que ella me dio. Hoy quiero quedar­me solo, subir a las montañas, cuidar las plantas y co­mulgar con Dios.

-No es verdad -respondió la chica.

-¿Qué no es verdad? -él estaba sorprendido. -Quizá quiera comulgar con Dios. Pero no es ver­dad que quiera quedarse solo.

Brida se arrepintió. Dijo todo aquello impulsivamente y ahora era demasiado tarde para remediar su error. Tal vez existiesen personas a quienes les gustase que­darse solas. Tal vez las mujeres necesitasen más a los hombres que los hombres a las mujeres.

El Mago, no obstante, no parecía irritado cuando volvió a hablar.

Voy a hacerte una pregunta -dijo-. Tienes que ser absolutamente sincera en tu respuesta. Si me dices la verdad, te enseñaré lo que me pides. Si mientes, nunca más debes volver a este bosque.

Brida respiró aliviada. Era tan solo una pregunta. No precisaba mentir, eso era todo. Siempre consideró que los Maestros, para aceptar a sus discípulos, exigían co­sas más difíciles.

Se sentó enfrente de ella. Sus ojos estaban brillantes. -Supongamos que yo empiece a enseñarte lo que aprendí -dijo, con los ojos fijos en los de ella-. Co­mience a mostrarte los universos paralelos que nos ro­dean, los ángeles, la sabiduría de la Naturaleza, los mis­terios de la Tradición del Sol y de la Tradición de la Luna. Y, cierto día, vas hasta la ciudad para comprar algunos alimentos y encuentras en mitad de la calle al hombre de tu vida.

"No sabría reconocerlo", pensó ella. Pero resolvió quedarse callada; la pregunta parecía más difícil de lo que había imaginado.

-Él percibe lo mismo y consigue acercarse a ti. Os enamoráis. Tú continúas tus estudios conmigo, yo te muestro la sabiduría del Cosmos durante el día, él te mues­tra la sabiduría del Amor durante la noche. Pero llega un determinado momento en que ambas cosas ya no pueden seguir andando juntas. Necesitas escoger.

El Mago paró de hablar por algunos instantes. Inclu­so antes de preguntar, tuvo miedo de la respuesta de la joven. Su venida, aquella tarde, significaba el final de una etapa en la vida de ambos. El lo sabía, porque co­nocía las tradiciones y los designios de los Maestros. La necesitaba tanto como ella a él. Pero ella debía decir la verdad en aquel momento; era la única condición.

Ahora respóndeme con toda franqueza -dijo, al fin, tomando coraje-. ¿Dejarías todo lo que aprendis­te hasta entonces, todas las posibilidades y todos los misterios que el mundo de la magia te podría propor­cionar, para quedarte con el hombre de tu vida?

Brida desvió los ojos de él. A su alrededor estaban las montañas, los bosques y, allí abajo, la pequeña aldea co­menzaba a encender sus luces. Las chimeneas humeaban, dentro de poco las familias estarían reunidas en torno a la mesa para cenar. Trabajaban con honestidad, temían a Dios y procuraban ayudar al prójimo. Sus vidas estaban explicadas, eran capaces de entender todo lo que pasaba en el Universo, sin jamás haber oído hablar de cosas como la Tradición del Sol y la Tradición de la Luna.

-No veo ninguna contradicción entre mi búsqueda y mi felicidad -dijo ella.-

Responde a lo que te he preguntado -los ojos del Mago estaban fijos en los de ella-. ¿Abandonarías todo por esa persona?

Brida sintió unas ganas inmensas de llorar. No era ape­nas una pregunta, era una elección, la elección más difícil que las personas tienen que hacer en toda su vida. Ya ha­bía pensado mucho sobre esto. Hubo una época en que nada en el mundo era tan importante como ella misma. Tuvo muchos novios, siempre creyó que amaba a cada uno de ellos, y siempre vio al amor acabarse de un mo­mento a otro. De todo lo que conocía hasta entonces, el amor era lo más difícil. Actualmente estaba enamorada de alguien que tenía poco más que su edad, estudiaba Física y veía al mundo de manera totalmente diferente a la de ella. Nuevamente estaba creyendo en el amor, apos­tando a sus sentimientos, pero se había decepcionado tan­tas veces que ya no estaba segura de nada. Pero, aun así, ésta continuaba siendo la gran apuesta de su vida.

Evitó mirar al Mago. Sus ojos se fijaron en la ciudad con sus chimeneas humeando. Era a través del amor como todos procuraban entender el universo desde el comien­zo de los tiempos.

-Yo abandonaría -dijo finalmente.

Aquel hombre que estaba frente a ella jamás enten­dería lo que pasaba en el corazón de las personas. Era un hombre que conocía el poder, los misterios de la magia, pero no conocía a las personas. Tenía los cabe­llos grisáceos, la piel quemada por el sol, el físico de quien está acostumbrado a subir y bajar aquellas mon­tañas. Era encantador, con unos ojos que reflejaban su alma, llena de respuestas, y debía estar una vez más decepcionado con los sentimientos de los seres huma­nos comunes. Ella también estaba decepcionada consi­go misma, pero no podía mentir.

-Mírame -dijo el Mago.

Brida estaba avergonzada. Pero, aun así, miró. -Has dicho la verdad. Te enseñaré.

La noche cayó por completo y las estrellas brillaban en un cielo sin luna. En dos horas, Brida contó su vida entera a aquel desconocido. Intentó buscar hechos que explicasen su interés por la magia -como visiones en la infancia, premoniciones, llamadas interiores-, pero no consiguió encontrar nada. Tenía ganas de conocer, y eso era todo. Y por este motivo había frecuentado cursos de astrología, tarot y numerología.

-Esto son apenas lenguajes -dijo el Mago- y no son los únicos. La magia habla todos los lenguajes del corazón del hombre.

-¿Qué es la magia, entonces? -preguntó ella.

A pesar de la oscuridad, Brida percibió que el Mago había girado el rostro. Estaba mirando al cielo, absorto, quién sabe si en busca de una respuesta.

-La magia es un puente -dijo, finalmente-. Un puente que te permite ir del mundo visible hacia el invisible. Y aprender las lecciones de ambos mundos.

-Y, ¿cómo puedo aprender a cruzar ese puente? -Descubriendo tu manera de cruzarlo. Cada persona tiene su manera.

-Fue lo que vine a buscar aquí.

-Existen dos formas -respondió el Mago-. La Tradición del Sol, que enseña los secretos a través del Espacio, de las cosas que nos rodean. Y la Tradición de la Luna, que enseña los secretos a través del Tiempo, de las cosas que están presas en su memoria.





*Coelho, Paulo. Brida. Grijalbo, 1990.

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