26 marzo 2012

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Ojalá comprendas que mi adulto es un niño, que te espera dulcemente, mientras mira el atardecer.


A él le gustan los puentes, mirar el agua que corre en el río. Le gustan el cielo y sus nubes... él dice que todo eso es "tuyo y mío".


Y si tira botellas, con poemas dentro, es porque espera que un día vuelvas y le digas "los he leído".


Y que hubieres sonreído, mientras él te contó historias, en las que te colorea en cualquier sitio. (porque eres su sueño).


¿Ves porque es un niño? ¡es un idealista! 


Yo por eso lo quiero mucho... ¡porque sigue vivo!


Porque en cada latido él no teme decir "yo te quiero" y da amor sin que nadie se lo pida y se emociona con los pequeños tesoros del mundo.


Y, sin ti... no habría vuelto a verlo.


Pues tú, sin saberlo, fuiste quien lo encontró perdido en una calle, hace no muchas noches.


Él yacía sentado, mirando un aparador... cuando te observó platicando frente al objeto de su atención. Le dio curiosidad el saber el sonido de tu voz y el color de tus ojos, por la fuerza de las primeras palabras que leyó de ti y por que tu mirada estaba oculta detrás de unos lentes.


Entonces se inquietó... hiciste que se levantase de la banqueta, que corriera entre la gente y empezó a seguir tus pasos. Él tenía miedo de acercarse... pensó en otro nuevo rechazo... pero, pensó hacia sí mismo "Quiero ver sus ojos... tengo que ver sus ojos".


Yo llevaba mucho tiempo de no verlo, ¡vaya! hace mucho tiempo de muchas cosas. De repente, lo vi... me vi, hecho nuevamente un niño, buscando tus ojos, esperando un momento.


...cuando me extravié, hace ya una lejana noche, yo aprendí que quien se pierde: se está buscando.


También aprendí que, muchas veces, para valorar las personas y cosas importantes de la vida, tendrás que alejarte, romperte, llorar e incluso negarte ese llanto.


Así que ese niño, mi niño, se alejó de mí... y yo, mientras me empecé a volver adulto, comencé a olvidar. 


Así hube andado desde entonces... perdido, sin saber dónde reflejarme ni cómo habría de volver a verme siendo un niño.


Hasta que te encontré...


Antes de esa noche, yo llevaba mucho tiempo viviendo a medias. Con la felicidad y los deseos siempre con un dejo de tristeza muy profunda. La frustración me ha llevado tantas veces fuera del camino... que, sin saber, terminé encontrando pedazos de mi alma, en pueblos desconocidos.


Descubrí que, la felicidad, puede hallarse en una sola lágrima... y que, si observas con lupa esa lágrima, hallarás un mundo vivo en su interior.


Descubrí mi reflejo, detrás del atardecer... estaba haciéndole compañía a mi sombra, a quien encontró mirando el horizonte en una lejana playa.


Entonces descubrí que estaba roto, cómo un reloj parado indefinidamente en las 6:30 de la tarde. Y mis piezas, esparcidas, yacían entre el camino, sus días y sus noches.


Hallé a mi corazón, hecho pedazos, en un lejano punto del polo norte. Y tuve que aprender a darme calor, para no morir, en el medio de mi soledad. La recompensa por seguir faros y estrellas en esa búsqueda fue la aurora boreal...


¿recuerdas la aurora boreal? Ahora entenderás que esto es lo que me recuerda a mí...


Seguí andando, aún perdido, hasta que hallé las ruinas de lo que, otrora, fuese una gran ciudad. Una ciudad en la que yo viví. Para reconstruirla me fue necesario abrir un portal para ir dos dimensiones distintas a la mía.


En una, hallé mi espada envuelta en llamas malignas, con mi alma atrapada entre el olvido y la desesperanza. Mi espada empezaba a llenarse de oscuridad, oscuridad que se transmutaba en mi alma... y no tuve más remedio que cortar la planta que alimentaba ese fuego y de romper el lazo que me unió a la dimensión que, durante muchísimo tiempo, albergó a mis sueños.


Al regresar... la sensación de cansancio y dolor vino a mí. Se trataba del tiempo, imposible de evadir. Al haber empezado a repararme por dentro, las manecillas de mi reloj interno volvieron a andar y su efecto me causaba la inmediata sensación de lo que me rodeaba, es terrible sentirte avasalladoramente aplastado por tu propio mundo.


Entonces abrí el siguiente portal...


"Quien no haya experimentado el dolor, nada de cierto en este mundo, sabrá", en aquel universo estaba mi fe. 


Se trataba de un jardín lleno de transformaciones, flotando en una dimensión cercana a un Sol. El jardín a ratos era un sitio apacible y reconfortante para luego transformarse en una selva ruidosa y vibrante. Eran de temerse las tormentas en el jardín y las erupciones en la selva, pero... por sobre todas las cosas, lo más peligroso eran las noches. Las noches sometían a mi alma al dolor, en el punto central de mi corazón. En esa oscuridad, hube de encontrar mi propia luz... la luz que me fue heredada y por la cual fui concebido, la luz que me llevó a visitar tantos mundos para buscarme.


Y me fue dicho que, cada vida, tiene un sentido y un porqué... y que no hay hombre en esta tierra que no tenga una luz y una sombra. 


Me fue enseñado, a flor de piel, que el dolor lleva al conocimiento y este, junto a los latidos del corazón, a la sabiduría. De modo que la experiencia unida al conocimiento sirven para aprender los métodos de la ciencia y quien suma corazón a esa fórmula, encuentra la alquimia, el conocimiento derivado del sentimiento.


Así es, cómo cerrando el camino de dos dimensiones, empecé a transformarme... lentamente. La paciencia, última de mis lecciones, enseña que, para que algo tenga valor, debe ser cocinado lentamente. Si bien hay circunstancias que implican a la velocidad, somos parte de un universo infinito, para el cual el tiempo es, meramente, una condición muy relativa.


Al ser seres eternos atrapados en cuerpos mortales, nuestra alma es inmortal pero nuestro cuerpo no, de modo que tenemos una misión que es nuestro centro de gravedad... una historia que debe ser contada y escrita pasando por cada uno de los rincones de la existencia humana.


Aquello que es más valioso en este mundo, no puede ser consumido como si se tratase de un antojo nada más. Un recuerdo, con suficiente poder sobre la historia de tu vida, puede hacer que el entero de ella sea iluminado o ensombrecido. Un segundo de esencia, vale más que años enteros de vacío.


Así es cómo me sentí por mucho tiempo... vacío...


Y entre destellos y transformaciones, he ido rearmando mi propio ser. 


Sin embargo... el niño... ¿qué fue de aquel niño que fui yo en el ayer?


Fuiste tú quien lo encontró.


Ese niño lleva mi esencia, mis sueños. Yo transcurría entre mis días, a la espera de un milagro. Busqué entre calles, en puentes y me asomé por las ventanas. Lo buscaba en las miradas, en los sonidos, en las estrellas, sin encontrarlo.


¡Pero fuiste tú quien me mostró dónde estaba, dónde estuvo siempre!


Fue la noche en que cruzamos la primer palabra, tras esperar paciente el instante de ese encuentro. Lo único que hice fue dejar hablar a mi corazón tal y como yo siento... y tú, con tu personalidad juguetona, me viste cerrando tus ojos.


¡Cerrando tus ojos!


¿¡Porqué nunca hice eso!? 


¡Cerrar los ojos!


Fuiste tú el verdadero sabio esa noche (no yo), pues me enseñaste algo que, tantos años de camino, no habían logrado enseñarme, o quizás, cómo siempre he preferido creer: ¡no hay coincidencias! de tal suerte que este encuentro habría estado ahí, esperando ocurrir desde hace mucho tiempo. 


Yo me concentré tanto en buscarme en las miradas de las personas, que olvidé buscar de la manera en que más claramente puede encontrarse aquello que se ama: cerrando los ojos.


Porque los sueños más grandes, son creados en la oscuridad; dónde el amor y la fe crean por reacción a la luz. Se trata, nada más y nada menos, que de una ley de alquimia: "La luz no ataca a la oscuridad, pero la desvanece con su fulgor.", ley que encontré esa noche, de tus ojos... y que, al cerrar los míos, pude volver a ver a mi niño interior.


Ya lo decía Saint Exùpery (¿¡cómo pude olvidarlo!?)

"No se puede ver bien, sólo con el corazón. Lo esencial es invisible para los ojos" *

Me enseñaste que, para ver lo realmente importante, debo desprenderme de la limitación que da centrarse en la apariencia "aparente" de las cosas. En que estabas aprendiendo a mirar esencias y no sus aspectos... no necesitaste una larga explicación para que te entendiera, cómo no necesité de ver tus ojos con los míos abiertos para comprenderte. No sentí presión ni la necesidad imperiosa de buscarte, no sentí ansiedad ni inseguridad alguna por sentirte mío. No soy ciego, podía verte, pero por primera vez: no me importaba, porque lo más brillante y más valioso, podía verlo al cerrar mis ojos y verte por dentro.

Así que, fuiste tú, quién me devolvió conmigo mismo. Quién ha arrullado a mi niño interno con los latidos de su corazón y con su acto de fe. Ahora sé dónde he estado y quien he sido, y así, imperfecto cómo soy: cierro mis ojos y busco, también, mi fe. 

Fe en que tu distancia será una bendición para mí y en que sabremos reencontrarnos cuando sea el momento indicado. Y aunque tengo miedo y siento tu ausencia... cierro mis ojos y veo tu luz.

Aquí estaré... esperando esa reunión... el momento en que nuestros cuerpos estén en el mismo sitio en el que ya está nuestro corazón.


Luis )|( Astro.

*Saint Exùpery, Antoine; El Principito. Edit. Época. 1992.







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